17 de diciembre de 2018

Agota Kristof: La venganza




Se vuelve hacia la derecha, hacia la izquierda, no ve nada.
  Tiene miedo. Puede ser incluso que haya llorado, no está seguro porque la lluvia le golpeaba en la cara.
  Arriba, el cielo gris; abajo, el lodo, que era lo que tenía más cerca.
  Dice:
  —¿Por qué has desaparecido? Tus manos de vidrio son transparentes como el agua límpida de los riachuelos de las montañas. El silencio está escrito en tus ojos y el asco en tu rostro.
Al día siguiente dice:
  —Tu rostro es negro, placer de risa aguda, aun así me gustaría llegar a la montaña blanca, la que los viajeros buscan asomándose a las ventanas de los trenes sin raíles, sin esperanza. Viajeros sin destino que accionan la alarma llegado el momento. Se balancean allí en compañía de mi padre, y, entre las ruedas, nuestros hijos no natos lloran y gritan, hay un millón de estrellas que les indican el camino.
  El tercer día dijo:
  —Los vencidos encajaron los golpes sin devolverlos.
  Pero se volvieron malvados. Cuando cayó la noche atravesaron el río para esperar la hora del ajuste de cuentas detrás de las barricadas.
  A los inocentes también los derribaron.
  El último día dijo:
  —No me preguntes —con el cabello al viento— no me preguntes quién empezó, no me preguntes quién acabó. Lo único que sé es que hubo un primer golpe.
  —Te vengaré.
  Se acostó al lado de lo que fue un cuerpo de mujer, acarició los cabellos mojados, o quizá era solo hierba.
  Entonces aparecieron cien hombres a cielo abierto en el campo labrado por los tiros, y dijeron:
  —¿Cuándo dejaremos de llorar y vengar a nuestros muertos? ¿Cuándo dejaremos de matar y llorar? Somos los supervivientes, los cobardes, incapaces de luchar, incapaces de matar. Queremos olvidar, queremos vivir.
  El hombre que estaba en el lodo se movió, levantó su arma y los mató a todos.



En Agota Kristof: No importa
Título original: C’est égal
Agota Kristof, 2005
Traducción: Julieta Carmona Lombardo



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