17 de octubre de 2016

Marcel Schwob: Plangon y Bacquis




I

Ésta es la aventura de la cadena de oro tal como se le relata en Ateneo, libro XIII, capítulo LXVI.
“Plangon de Mileto fue una célebre hetera. Su belleza era tan perfecta que un joven de Colofón se enamoró de ella, aunque ya tenía por amante a Bacquis de Samos. La presionaba con sus súplicas. Pero Plangon supo de la belleza de Bacquis, y quiso alejar al joven de este amor. Como esto parecía imposible, exigió como precio de sus favores el collar de Bacquis, que era célebre. El enamorado, enardecido, estimó que Bacquis no sufriría al deshacerse de él. Y Bacquis tuvo piedad ante su pasión y le entregó la joya. Entonces Plangon, emocionada al ver que Bacquis no estaba celosa, le envió el collar de vuelta y recibió al joven en sus brazos. Y a partir de ese momento se hicieron amigas y gozaban juntas de su amante. Llenos de admiración, los jonios, tal como lo relata Menetor en el Libro de las ofrendas, dieron a Plangon el nombre de Pasifilea. Es a ella a quien Arquíloco[52] nombra en estos versos:
Figuier des roches becqueté par les volées de corneilles,
Charmante accueilleuse d’étrangers, Pasiphilê[53].
Plangon era de Mileto, su amigo de Colofón, y Bacquis, de Samos. La historia del collar es una historia de Jonia. Fueron los jonios quienes inventaron el nombre de Pasifilea. Jonia es un país de maravillas. Todos los tesoros de nuestros cuentos son producto del botín de Mileto. Era una ciudad rodeada de pinos aromáticos y llena de lana y de rosas. Estaba situada en una de las puntas de la bahía de Latmos, frente a la desembocadura del Meandro. Las pequeñas islas de Lade, Dromiskos y Pernea daban abrigo a sus cuatro puertos. Los milesios vivían con el mismo lujo que los sibaritas, de quienes eran amigos. Usaban túnicas de amorgina transparente, togas de lino de color violeta, púrpura y azafrán, sarápidas blancas y rojas, togas de Egipto que tenían el color del jacinto, del fuego y del mar, y calasiris de Persia sembrados de granos de oro. Sus mantas, nos dice Teócrito, eran más suaves que el sueño. Fue allí donde los pescadores sacaron a la playa, en sus redes, el trípode de oro de Apolo; allí también las vírgenes, cansadas de vivir, no dejaron de ahorcarse hasta que los magistrados ordenaron que se las enterrara desnudas, con la cuerda al cuello y, por último, era allí donde las mujeres, según testimonio de un escoliasta de Lisístrata, se entregaban al libertinaje. ¡Ciudad de voluptuosidades, de telas preciosas, de flores, de cortesanas y de leyendas! Su huella ha sido borrada de la tierra; desde la punta de Samos ya no se ven más sus casas pintadas, y la misma bahía de Latmos ha desaparecido desde que los aluviones han hecho cambiar la fisonomía de las orillas.
Y, al igual que la ciudad perfumada por el aroma de pinos y rosas, la tierna historia de Bacquis y Plangon hubiera desaparecido si Teófilo Gautier no la hubiera rescatado amorosamente. La transplantó para hacerla florecer otra vez; precisó los contornos un poco desgastados de sus personajes y los iluminó con luces magníficas y vivaces. Suponía que Plangon había abandonado las orillas fabulosas de Jonia, al igual que Aspasia, quien también había nacido en Mileto; la hizo contemporánea de Pericles y de Alcibíades, que era un admirador tan delicado de la belleza física que destruyó la flauta de su maestro de música, Antígenes, porque la forma en que torcía la boca el ejecutante le parecía poco agraciada. Le dio al joven de Colofón el nombre de Otesias, y sin duda sólo dejó a Bacquis en su isla para hacer navegar hasta ella a su afligido amante en el soberbio trirreme Argos. Le dio más fuerza al sacrificio de Bacquis contándonos que su collar estaba hecho con una gruesa cadena de oro que constituía toda su fortuna, e inspiró en Plangon una deliciosa emoción en la cual los celos dan paso a la aceptación del amor compartido.
Sabemos poco de Plangon de Mileto. Timocles la menciona, ya vieja, viviendo entre Nannion y Lico. Anaxilao, otro poeta cómico, se burla de ella en Neottis:
Il faut voir, pour commencer, d’abord Plangôn;
Semblable a la Chimère, elle incendie les barbares.
Mais un seul chevalier lui a ôté la vie;
Il a emporté tous ses meubles et a quitté se maison[54].
La aventura del caballero no es tan sorprendente, siempre y cuando Plangon lo hubiera amado. Pero no hay que darle mucho crédito a Anaxilao. No tenía piedad con las heteras. Para él, Sínope era la Hidra; Gnataina, la peste; Pirne, Caribdis, y Nannon, Scila; todas han envejecido y parecen “sirenas depiladas”. Atengámonos más bien al relato de Ateneo donde Plangon es encantadora. Plangon debe haber sido su sobrenombre, ya que era así como se llamaba a las muñecas de cera que representaban a Afrodita.
Es más fácil adivinar la historia de Bacquis, la de Samos. Era flautista y había sido esclava de la gran hetera Sínope. Liberada y enriquecida, tuvo por esclava a Pitoniké, que a su vez llegó a ser hetera y arruinó a Hárpalo, el rico macedonio. Sínope tenía una especie de escuela de heteras, al estilo de Aspasia. Era tracia, y traía a todas sus pupilas de Egina a Atenas. Esto es lo que nos relata el historiador Teopompo en una carta dirigida al rey Alejandro. Sínope tenía dos hijas. Una de ellas, Gnataina, fue hetera a su vez. La otra (no conocemos su nombre) tuvo una niña, Gnatainion, que fue su ahijada y discípula. Se puede creer que Bacquis, mientras fue esclava de Sínope, fue compañera de Gnataina. Esta Gnataina era muy reputada por su inteligencia. Se han conservado muchas de sus apreciaciones. Era amiga del gran poeta cómico Difilo, rival de Menandro y de Filemón. Esto es lo que nos permite saber en qué época vivieron Bacquis y Plangon. Deben de haberse tratado y apreciado hacia fines del siglo IV antes de Cristo. No es posible que su historia fuera conocida en tiempos de Pericles, y Alcibíades no las vio jamás: ellas nacieron un siglo más tarde.
Las historias de las cortesanas abundan en anécdotas sobre Gnataina. Las cortesanas de Atenas tenían sus poetas, sus historiadores y sus pintores, y muchas comedias llevaron sus nombres como Korianno, de Perécrates; Tais y Fanion, de Menandro; Opora, de Alexis. Más tarde, Macón de Sicione, que vivía en Alejandría, compuso sobre ellas cuentos en verso. Macón puso varias obras en escena y fue maestro del gramático Aristófanes de Bizancio. Este gramático, que puso en rima los argumentos de las comedias de su gran homónimo, sin duda recibió de Macón la idea de escribir una comedia sobre las heteras. Escribió sobre la vida de treinta y cinco de ellas; pero Apolodoro, Amonio, Antífano y Gorgias también mencionan a muchas que se asegura fueron olvidadas. Aristófanes de Bizancio olvidó mencionar a una joven llamada Paroinos, que bebía sin moderación; Eufrosina, cuyo padre era batanero; Teocleia la Corneja y Sinoris la Linterna, y la Grande, y Mouron, y la pequeña Milagros, y Silencio, y la Mecha, y la Lámpara, y el Trapo. En el libro de Apolodoro, sólo encontramos mención de dos hermanas, Stagonion y Antis, conocidas como “las lochas”, porque eran blancas, delgadas y tenían ojos grandes. Antífanes nos cuenta que Nannion tenía el apodo de Proscenio, porque usaba ropas muy bellas y espléndidas joyas, pero era fea cuando se desnudaba. Otro de estos historiadores solamente nos dejó su nombre: Kalístratos. Linceo de Samos registró los rasgos de sus personalidades; habla de Kaliction, a quien llamaba “la pobre Helena”, y de Leontion, que fue la amante de Epicuro. Los pintores de las cortesanas fueron Pausanias Arístides y Nicófanes. La mayoría de sus cuadros estaban en la galería de Sicione, donde los vio el viajero Polemón. Sicione era una ciudad de pintores sobre el mar Corintio, ubicada en una tierra boscosa, fértil y encantadora, rodeada de plantíos de calabazas y adormideras. En cuanto las heteras se establecieron en Corinto, su leyenda debe de haberse relacionado con las pesadas plantas del sueño. Más tarde, Macón recibió los últimos ecos y los llevó hasta Alejandría. Y son los Chries de Macón de Sicione los que nos dan una impresión precisa de las cortesanas griegas.
Macón no era un poeta talentoso. Nos preguntamos cómo logró urdir intrigas de comedia. Sus versos están lejos de igualar la calidad de los versos del mismo género que abundaban en Francia y en Inglaterra durante el siglo pasado, pero se parecen en algo a la poesía grosera de nuestra Edad Media: la compilación de las Repues franches nos puede dar una idea aproximada de lo que eran. Hay que reconocer que los cuentos de Macón carecen de delicadeza. Las bromas siempre son de doble sentido y las pullas de los estibadores del mercado tienen más altura que una conversación entre Lamia y Demetrios de Falera. Macón eligió a Gnataina como heroína y a ella atribuye casi todas las frases más o menos espirituales. En general no son más que injurias de muchacha. Parece ser que Difilo no podía apartarse de ella, y por su parte ella parecía sentir algo por él. Las noches en que fracasaba en el teatro, Difilo iba a consolarse a su lado. Pero, si juzgamos por los relatos de Macón, no era poesía lo que ella le enseñaba, como Aspasia le había enseñado retórica a Pericles. Gnataina, educada con la esclava de su madre, debe de haber tenido una cierta influencia sobre Bacquis. Deberemos entonces resignarnos a ver en Bacquis de Samos a una mujer ligeramente vulgar. No es por despreciar su bondad; al contrario, ella debió haberse sacrificado francamente a Plangon como una muchacha valiente que no tiene nada que esconder. Pero no sería acertado evocar, al contar la historia de la muñeca y de esta flautista, los nombres de Aspasia, de Frine o de Lais. Es cierto que estos nombres están rodeados por una aureola de ficción. No podemos olvidar que fueron amigas de Pericles, de Hipéride, de Aristipo, de Diógenes y de Demóstenes. Sin embargo, si se le da crédito a Aristófanes, la sabia Aspasia no criaba heteras en su casa, sino jóvenes de una categoría más vil, que él llama pornai. Epícrates, en su Anti-Lais, hablaba de una vieja cortesana sin trabajo que se había dado a la bebida. De acuerdo con el testimonio de Timocles, Frine, Plangon y Gnataina también llegaron a viejas. No son imágenes muy halagüeñas, pero es difícil tener alguna seguridad sobre todo esto. En efecto, un escoliasta del Plutus y Ateneo (XIII, LV) contradicen a Epícrates. Nos relatan la muerte trágica de Lais cuando aún era joven y hermosa. Lais había nacido en Hicara, Sicilia. Hay quienes cuentan que fue capturada, a los siete años, por la expedición de Nicias, y que un corintio la compró para enviársela a su mujer; otros dicen que su madre, Timandra, fue regalada al poeta ditirámbico Filógeno por el tirano Dionisio. Filógeno la llevó a Corinto y allí se hizo célebre, aunque Lais fue más famosa que ella. Por lo demás, conocemos la vida de Lais en Corinto, aunque después se prendó de un tal Euríloco, Aristónico (o Pausanias) y lo siguió a Tesalia. Otros tesalónicos se enamoraron de ella: regaban con vino los escalones frente a su puerta. Las mujeres tesalónicas, celosas, se indignaron, y el día de la fiesta de Afrodita, cuando los hombres no tenían acceso al templo, se arrojaron sobre Lais y la aplastaron con las banquetas de madera del santurario. Así fue ultimada Lais, ante su diosa, cuando había sido ella quien introdujo en Corinto el servicio de las hieródulas, esclavas sagradas de Afrodita. Ya vemos hasta qué punto estas aventuras de las cortesanas son vagas y contradictorias. Resulta difícil deducir su personalidad a partir de tantos datos confusos. Sin embargo, el relato de Macón debe de describir con bastante exactitud el tipo de vida y la forma de ser de las mujeres que rodeaban a Gnataina. Y no sería aventurado pensar que Plangon y Bacquis no eran muy diferentes a ellas. Eran jóvenes hermosas y sin pulir, de ímpetus generosos, aunque sin duda un poco bestiales, al igual que otras de sus contemporáneas, Calisto la Puerca, Nicola la Cabra e Hipea la Yegua.


II

Si bien Bacquis y Plangon no fueron espíritus refinados, al menos fueron capaces de abnegación y de ternura. Habían tenido quienes les dieran grandes ejemplos. La hetera Leaina, que estaba enamorada de Harmodio, se dejó torturar por los verdugos de Hipias, y se dice que se cortó la lengua para no revelar, entre sus gritos de dolor, el nombre de su amante. Pero hay una mujer más conocida cuya historia hace pensar en la de las dos cortesanas de Samos y de Mileto. Es Teodota, quien fue la amiga de Alcibíades. Teodota era ateniense y conoció a Sócrates. Jenofonte, en sus Memorables, nos hace sobre eso un precioso relato, donde queda bien claro que fue una cortesana griega de su época. Aunque Plangon y Bacquis vivieron después que ella, no deben de haber sido muy diferentes. El retrato de Teodota puede servirnos para imaginarlas.
Como ya lo hemos visto, la hija de una hetera, en general, se convertía a su vez en cortesana, al igual que las jóvenes esclavas de la casa. Era ésa una especie de tradición, que duró casi un siglo. El origen de su oficio era casi divino, y el contenido religioso del mismo las mantuvo en una casta bastante uniforme. Hay versiones que dicen que fue Solón quien las hizo llevar a Atenas. Pero sabemos que desde antes se consagraban al servicio de Afrodita en las ciudades jónicas. Se le habían dedicado templos a Afrodita-Hetera en Magnesia, Abidos, Mileto y Éfeso, y su fiesta se celebraba cada año. En Grecia, tales funciones sagradas se instituyeron, primero, en Corinto, donde las heteras hieródulas eran esclavas libertas dedicadas al culto de esta diosa. Sin duda de allí viene el renombre que adquirieron las cortesanas corintias. En cuanto a los rasgos de contenido religioso que las heteras mantuvieron durante tanto tiempo, es probable que sean muy antiguos. Pitágoras, que fue el iniciador de un dogma, parece haber admirado, ya en el siglo VI a. C., a las hieródulas de Samos, donde se adoraba a Afrodita bajo dos nombres, Afrodita de los rosales y Afrodita de los pantanos. Cuando relata a sus discípulos sus metamorfosis pretéritas, declara haber sido anteriormente Euforbio, luego Pirandro y después Kaliqueo, pero dice que, en su cuarta encarnación, vivió como una cortesana de bellísimas facciones llamada Alquea. Estos recuerdos sagrados otorgaban a las heteras privilegios que se transmitían de madre a hija, y de educadora a esclava, y si dejamos de lado a las grandes enamoradas que provocaron guerras o a las que llegaron a amenazar el orden de la República, podemos distinguir los mismos rasgos de carácter en todas ellas. La forma en la cual Bacquis vivió con Plangon y su amante de Colofón se parece claramente a la vida que Teodota llevó con Alcibíades y Timandra.
Alcibíades siempre gustó sobremanera de las cortesanas. El famoso rapto de dos muchachas que pertenecían a Aspasia, perpetrado por los megarenses, fue una venganza contra Alcibíades. Había hecho raptar a una cortesana de Megara, llamada Simaita. Pero no la tuvo con él mucho tiempo. En cambio, la siciliana Timandra, madre de Lais, no lo dejó jamás desde que él comenzó a amarla. Una nota muy breve nos dice que Alcibíades llevaba siempre consigo a Timandra y a Teodota. Ellas aceptaron, como Plangon y Bacquis, un amor en común. La ateniense y la siciliana sacrificaron los celos por su amante, pero el final de su historia es más trágico que el de la milesiana y la muchacha de Samos. Luego de la toma de Atenas por Lisandro, Alcibíades, quien desconfiaba del Gobierno de los Treinta, se refugió en Frigia, donde se alojó en una casa del pequeño poblado de Melisa. Vivía apaciblemente con Timandra y Teodota. Pero Lisandro obtuvo de Farnabaso, sátrapa de Frigia, la promesa de dar muerte a Alcibíades. Una noche, soldados bárbaros rodearon la casa. Alcibíades soñaba, en brazos de Timandra, que ésta acababa de vestirlo con una toga de mujer y que lo peinaba y maquillaba. Un acre olor de humo lo despertó. Los bárbaros habían incendiado la casa por los cuatro costados. Alcibíades, semidesnudo, enrolló su manta alrededor del brazo izquierdo, y se lanzó sobre los asaltantes, espada en mano. No se atrevieron a acercársele y lo abatieron a flechazos. El cuerpo yacía frente a la casa en llamas. Timandra y Teodota lo recogieron, lo lavaron, lo envolvieron en un sudario y lo enterraron con sus propias manos. Plutarco atribuye esta acción a Timandra; Ateneo a Teodota; esto prueba que lo hicieron las dos juntas. Unidas rindieron honores a su amante muerto. Era peligroso dar sepultura a los asesinados por orden del gobierno, y estas dos simples muchachas desafiaron el peligro.
Podemos imaginarnos que después de largos años de amor, el joven de Colofón fue colocado en el sarcófago entre los amados cuerpos de sus queridas Bacquis y Plangon. Nada interrumpió su felicidad hasta el día en que la Moira los reclamó. Otra fue la suerte de Alcibíades. Manos tiernas y queridas lo acostaron solo en su tumba de Melisa, y no se sabe qué ocurrió con Timandra y Teodota. Una estatua de mármol de Paros, que aún existía en tiempos de Ateneo, en el humilde pueblecito de Frigia, recordaba su piadosa dedicación y su amor sin celos.
Sin embargo, Teodota, cuya dedicación fue más allá de la muerte de Alcibíades, no era una joven brillante o de especial inteligencia. Ateneo dice que la forma de su garganta era perfecta. Jenofonte, que la había visto, no la describe, pero asegura que su belleza era imposible de describir, y que los pintores venían a suplicarle que les sirviera de modelo. Fue así que despertó la curiosidad de Sócrates, quien quiso verla. La encontró justamente mientras posaba para un pintor. Su madre estaba sentada a su lado, vestida elegantemente gracias a ella, y había bellas servidoras en la estancia. Él le preguntó si tenía campos, rentas u obreras. Teodota, sorprendida, le respondió que no. Entonces Sócrates le pidió que le explicara cómo hacía para mantener su casa. “Cuando encuentro un amigo que quiera ser bueno conmigo —dijo sencillamente Teodota—, ésta es mi forma de vida”. Sócrates le explicó que no tenía que esperar a que vinieran los amigos “como moscas volando”, sino que debía valerse de artificios para cazar amigos y hacerlos caer en sus redes, negarse para hacerse desear más, provocarles hambre para que la deseasen. “¿Cuáles artificios?”, decía Teodota. “¿Qué caza, cuáles redes, qué hambre?” No comprendía nada de todas estas sutilezas. Creía que Sócrates le proponía ayudarla a encontrar amigos. Se lo rogó con ingenuidad. No se daba cuenta de que estaba sirviéndole al filósofo de material para un apólogo. “¿Quieres ayudarme a encontrar amigos?”, le dijo ella. “Si logras persuadirme”, respondió Sócrates. “¿Pero… cómo puedo hacerlo?” “Busca, y encontrarás”. Teodota reflexionó. No pudo imaginar otra respuesta que aquella a la que estaba acostumbrada por experiencia: “Tienes que venir a verme más a menudo”, le dijo. “¡Ah!, respondió Sócrates, es que no soy un hombre libre; además de mis ocupaciones, tengo los asuntos públicos, y además yo también tengo amigas, las cuales no me permiten separarme de ellas ni de día ni de noche, porque les enseño a hacer filtros mágicos y encantamientos”. Entonces, esta buena muchacha comprendió, a su manera, cuál era la ciencia del filósofo. “¿Es cierto —dijo ella— que conoces esas cosas, Sócrates?” “¿Y de qué otra forma crees que puedo conservar a mis amigos Apolodoro o Antisteno, o hacer venir desde Tebas a Cebes y a Simias? Puedes estar segura que no podría lograrlo sin muchos filtros, encantamientos y pociones mágicas”. “Entonces, préstame tu poción mágica para que te atraiga a ti”. “No, no quiero ser atraído, quiero que vengas tú a buscarme”. “Claro que iré —dijo la ingenua Teodota—: Pero… ¿Me recibirás?” “Te recibiré, dijo Sócrates, si en ese momento no estoy con alguna amiga más querida”.
La pobre Teodota debió sentirse bastante confundida. Seguramente creyó que Sócrates vivía con una cortesana más bonita que ella. No se dio cuenta de que Sócrates hablaba de su alma. Y el implacable bromista no se preocupó por darle ninguna explicación. A veces Sócrates se divertía haciendo surgir la divinidad de la idea, que creía innata en los ignorantes. Podernos ver en el Menón cómo simula que ha hecho a un esclavo ignorante demostrar el teorema del cuadrado de la hipotenusa. Pero dejó a la cortesana sin haberle revelado cuál era su idea sobre el amor. Tal vez pensó que sería superfluo. Teodota la conocía por instinto mejor que Sócrates por su dialéctica. No tuvo necesidad de ningún artificio para ser fiel a los despojos mortales de Alcibíades. Todas las sutilezas del moralista hubieran sido incapaces de enseñarle a amortajar tiernamente el cuerpo ensangrentado de su amigo. Tampoco le hubieran enseñado a Bacquis que debía sacrificar su hermoso collar de oro a una rival para que el joven de Colofón no muriera de dolor. Porque Bacquis y Plangon deben de haber sido iguales a Teodota. Educadas en forma rústica, de espíritu no más refinado que el de esta muchacha simple, fueron bondadosas como ella, y comprendieron el amor de la misma manera. Son más conmovedoras por su inocencia que la hábil política que fue Aspasia.







Notas

[52] Este Arquíloco no puede ser el célebre autor de los Yambos, que vivió a principios del siglo VII a. C., de donde se colige que los jonios del tiempo de Plangon le aplicaron un antiguo dístico. 

[53] Higuera de las rocas picoteada por las bandadas de cornejas, / Encantadora anfitriona de extranjeros, Pasifilea. [T.] 

[54] Para empezar, habría que hablar de Plangon; / tal como la quimera, incendiaba a los bárbaros. / Pero un solo caballero le arruinó la vida; / Se llevó todos sus muebles y abandonó su casa. 






En Ensayos y perfiles, IV
Título original: Spicilège 
Marcel Schwob, 1896
Traducción: Juan Damonte
Foto s-d: Marcel Schwob Vía


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