Un dios se revela ante mí.
Ladra con una voz de espinas incendiadas,
vierte en mi oído palabras de leones y de águilas.
Me conmina: graba cuanto te he dicho.
Estilo en mano, hiendo:
“En el principio el mundo era
la bola de excremento de un escarabajo.
En su interior luchaba el trueno contra el viento,
contra la lluvia la montaña.
Cada quien ansiaba ser el primero en nacer.
Los hombres no existían, no había dioses.
Sólo la tibia noche del estiércol.”
¿Es esto cierto?
El barro ya se seca y sólo alcanzo
a añadir mi nombre: (ilegible)
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