22 de abril de 2016

Michel de Montaigne (1533-1592): Sobre los mentirosos





[A] No hay hombre al que le siente menos ponerse a hablar de la memoria. Ya que no reconozco casi ninguna traza de ella en mí, y no creo que haya en el mundo otra tan prodigiosa por lo que respecta a su insuficiencia. Todas mis otras cualidades son vulgares y ordinarias. Pero en lo que respecta a ésta creo ser singular y poco común y digno de ganar gracias a ello fama y reputación.

[B] Además de la desventaja natural que padezco por esta causa, [C] ya que, considerada su necesidad, Platón tiene razón en llamarla grande y poderosa diosa, [B] como en mi comarca cuando se quiere decir que un hombre carece de juicio se dice que no tiene memoria, cuando yo me quejo de la falta de ésta, me corrigen y se niegan a creerlo, como si hubiese dicho que estoy loco. No ven ninguna diferencia entre memoria y entendimiento. Es agravar mucho mi caso. Lo cual me desmerece ya que, por el contrario, la experiencia nos muestra que las excelentes memorias suelen ir al par de los juicios débiles. También esto me desmerece: yo que no sé hacer nada tan bien como el ser amigo, ya que las mismas palabras que denuncian mi enfermedad sirven para designar la ingratitud. Hacen a la memoria responsable de mis sentimientos y transforman un defecto natural en un defecto de conciencia. Ha olvidado, dicen, aquel ruego o aquella promesa. No se acuerda en absoluto de sus amigos. Se olvidó de decir, de hacer, de callar aquello por consideración a mí. Por supuesto que puedo olvidar fácilmente, pero abandonar en la negligencia la tarea que mi amigo me ha dado, eso no lo hago. Que se conformen con mi desgracia sin hacer de ella una suerte de maldad, y una maldad tan enemiga de mi carácter.

Yo me consuelo un poco. Tomando en cuenta, en primer lugar, [C] que es un mal del cual he sacado en gran medida la manera de corregir uno peor que hubiese podido producirse en mí; a saber: la ambición que es un defecto insoportable en quien se ocupa en relaciones mundanas; ya que, probablemente, como lo dicen diversos ejemplos de procesos naturales, este defecto ha fortificado en mí otras facultades a medida que aquella se debilitaba; y yo iría fácilmente haciendo languidecer mi espíritu y mis pensamientos y reclinándolos en el ejemplo ajeno, como hace el mundo, sin ejercer sus propias fuerzas, si tuviese presentes las invenciones y opiniones ajenas gracias al privilegio de la memoria; [B] mi habla es gracias a esto más corta, ya que el almacén de la memoria está naturalmente más provisto de materia que el de la invención; [C] si hubiese podido contar con ella, hubiese aturdido a mis amigos con mi parloteo, cada tema despertando esta facultad que poseo de manejarlos y de emplearlos, excitando y provocando mis discursos. [B] Es algo penoso. Lo compruebo gracias a la experiencia de algunos amigos íntimos: a medida que la memoria les procura la cosa entera y presente, retroceden tan atrás en su relato y lo cargan con tantas vanas circunstancias que si el cuento es bueno sofocan todo mérito, y si no lo es terminas por maldecir o la dicha de su memoria o la desdicha de su sensatez. [C] Y es una cosa difícil cerrar un tema y cortarlo una vez que se está en camino. Y en nada se conoce tanto la fuerza de un caballo como cuando se lo detiene brusca y completamente. Incluso entre los que hablan con discernimiento veo a quienes quieren y no pueden deshacerse de su carrera. Mientras buscan la manera de cerrar sus pasos van diciendo tonterías, arrastrándose como hombres que desfallecen de debilidad. Los ancianos son peligrosos sobre todo, a quienes resta el recuerdo de las cosas pasadas y que han perdido el recuerdo de sus repeticiones. He visto como relatos muy agradables se volvían aburridos en la boca de un señor cuyos oyentes habían sido saturados cien veces de ellos. [B] En segundo lugar, me acuerdo menos de las ofensas recibidas -como decía aquel antiguo, [C] me haría falta un apuntador como el de Darío, el cual para no olvidar la ofensa que le habían hecho los atenienses, había dispuesto, cada vez que se sentaba a la mesa, que un paje le dijese tres veces al oído: Señor, acordaos de los atenienses- [B] y los lugares y los libros que vuelvo a ver me sonríen siempre con fresca novedad.

[A] No es sin razón que se dice que el que no se siente bastante firme en cuanto a su memoria no debe inmiscuirse en ser mentiroso. Sé bien que los gramáticos establecen una diferencia entre mentira y mentir y dicen que decir una mentira es decir algo falso pero que se toma como verdadero; y que la definición de mentir en latín, de donde sale nuestro francés, es algo así como ir en contra de su conciencia, por consiguiente esto no se refiere sino a quienes dicen algo contrario de lo que saben, y es de estos de quienes hablo. Estos, entonces, o bien inventan completamente o bien disfrazan y alteran un fondo verdadero. Cuando disfrazan y cambian, si se les hace contar a menudo lo mismo, es difícil que no se desenmascaren ellos mismos, puesto que la cosa tal cual es, habiendo penetrado primero en la memoria y habiéndose grabado en ella gracias al conocimiento y a la experiencia, es difícil que no se represente a la imaginación desalojando la falsedad que no puede estar allí tan sólidamente establecida, y que las circunstancias de la primera experiencia deslizándose a cada momento en el espíritu no hagan perder el recuerdo de los elementos agregados, falsos o envilecidos. Por lo que respecta a quienes inventan completamente, tanto más que no hay ninguna impresión que contraríe su falsedad, parece que deben tener menos temor a equivocarse. De todas formas, aún esto escapa fácilmente a la memoria, ya que es un cuerpo vano y sin asas, si ésta no está bien asegurada. [B] De esto he visto a menudo la experiencia, y de una manera cómica, en detrimento de quienes profesan no formar un discurso sino en la medida en que es útil a los asuntos que negocian y que agrada a los grandes con quienes hablan. Ya que esas circunstancias, a las que éstos quieren someter su fe y su conciencia, estando sujetas a diversos cambios, es necesario que su discurso se diversifique de acuerdo con aquellas, de lo que resulta que dicen de una misma cosa ora gris ora amarilla, a un hombre de una forma, a otro de otra; y si por azar esos hombres se llevan como un botín tan contrarias afirmaciones ¿en qué se transforma tan hermoso arte? Sin contar que imprudentemente se desenmascaran a ellos mismos; en efecto ¿qué memoria podría bastar para recordar todas las distintas formas que han forjado a partir de un asunto? En mis tiempos he visto a muchos que envidiaban la reputación que se le otorga a esta linda especie de sagacidad, sin ver que, a pesar de su reputación, no tiene efecto.

Mentir es, en realidad, un maldito vicio. No somos hombres y no estamos unidos unos a otros sino por la palabra. Si conociésemos el horror y el peso de la mentira, la castigaríamos con el fuego con más justicia que en lo que respecta a otros crímenes. Me parece que nos entretenemos en castigar en los niños errores inocentes, sin razón, y que los atormentamos a causa de actos impremeditados que no dejan rastros ni tienen consecuencia. Solamente la mentira, y en menor medida la terquedad, me parece formar parte de los errores cuyo nacimiento y cuyo progreso deberíamos combatir con sumo cuidado. Estas crecen a medida que el niño crece. Y una vez que se le ha dado a la lengua estas maneras falsas es algo increíble hasta que punto es difícil hacerla despojarse de ellas. Por esto ocurre que vemos a hombres, correctos por lo demás, sometidos y dominados por ellas; conozco un aprendiz de sastre al cual no le escuchado nunca decir una verdad, ni siquiera cuando ésta se ofrece para servirle útilmente.

Si, como la verdad, la mentira no tuviese sino una cara, correríamos menos riesgos. Ya que tomaríamos por cierto lo opuesto de lo que dijese el mentiroso. Pero el reverso de la verdad tiene cien mil formas y un campo indefinido.

Los pitagóricos dicen que el bien es algo cierto y preciso, el mal, impreciso e incierto. Mil caminos nos desvían del blanco, uno solo nos conduce a él. Ciertamente no estoy seguro que no pudiere llegar a protegerme de un peligro evidente y extremo mediante una mentira solemne y desvergonzada.

Un Padre antiguo dice que estamos mejor en la compañía de un perro conocido que en la de un hombre cuya lengua desconocemos. Ut externus alieno non sit hominis vice. (Plinio, Historia natural, VII, 1: "De modo que un extranjero no es un hombre para nosotros".) Y cuánto menos sociable que el silencio es una lengua falsa.

[A] El rey Francisco I se jactaba de haber, de esta manera, desconcertado a Francesco Taverna, embajador de Francesco Sforza, duque de Milán, hombre célebre en la ciencia de la conversación. Este había sido enviado de prisa para disculpar a su señor con Su Majestad con respecto a un hecho de gran consecuencia que era el siguiente: al rey, a fin de mantener algunos contactos en Italia de donde había sido expulsado recientemente, incluso del ducado de Milán, se le había ocurrido conservar allí un gentilhombre a su servicio, embajador de hecho, pero hombre privado en cuanto a las apariencias, que aparentaba permanecer sólo por sus asuntos particulares; y esto tanto más que el duque que dependía cada vez más del emperador (sobre todo en ése momento en el que se encontraba en tratos para casarse con su sobrina, hija del rey de Dinamarca y hoy soberana viuda de Lorena) no podía revelar sin perjuicios que mantenía algún tipo de conversación y comercio con nosotros. Para cumplir esta misión se juzgó apropiado a un gentilhombre milanés, caballero de la caballeriza del rey, llamado Merveille. Este, enviado con cartas secretas de acreditación e instrucciones de embajador, y con otras cartas de recomendación para el duque respecto de sus asuntos particulares, como máscara y para salvar las apariencias, estuvo tanto tiempo junto al duque que la cosa inquietó al emperador, lo cual fue causa de lo que se produjo luego, así como lo pensamos, que fue que, con la excusa de que Merveille había cometido algún asesinato, el duque le hizo cortar la cabeza en mitad de la noche, al cabo de un proceso que duró dos días. Micer Francesco habiendo llegado dispuesto a hacer un largo relato lleno de falsedad de esta historia, ya que el rey se había dirigido a todos los príncipes de la cristiandad y al duque mismo exigiendo explicaciones, fue escuchado en audiencia matinal y habiendo establecido y construido para justificar su causa muchas hermosas apariencias del hecho; a saber: que su señor sólo había tomado a nuestro hombre como un gentilhombre particular y súbdito suyo que había venido a Milán por sus propios asuntos y que no había vivido allí bajo otra apariencia; negando incluso haber sabido que estuviese ligado a la corte ni fuese conocido del rey, mucho menos que fuese considerado en calidad de embajador. El rey, a su vez, hostigándolo con distintas objeciones y preguntas lo empujó hasta llegar al punto de la ejecución nocturna y hecha como en secreto. A lo que el pobre hombre, desconcertado, respondió para no perder la compostura, que el duque, por respeto a Su Majestad, hubiera lamentado mucho que la ejecución se hubiese llevado a cabo durante el día. Cualquiera puede imaginarse el efecto que produjo tamaña contradicción, y en presencia de alguien tan perspicaz como el rey Francisco.

El papa Julio II habiendo despachado un embajador al rey de Inglaterra para indisponerlo con el rey Francisco, habiendo sido el embajador escuchado respecto de su cometido, y el rey de Inglaterra poniendo reparos debido a la dificultad en que se hallaba de hacer los preparativos que serían necesarios para hacer la guerra a un rey tan poderoso, y alegando sobre esto otras razones, el embajador contestó inoportunamente que, por su parte, él también las había considerado y se las había dicho al papa. A causa de estas palabras tan alejadas de su propósito que era de inducirlo con prontitud a hacer la guerra, el rey de Inglaterra dedujo un primer motivo para creer lo que después vio confirmado por los hechos, que este embajador en su fuero interno se inclinaba del lado de Francia. Y habiendo advertido de esto a su señor, sus bienes fueron confiscados y estuvo a punto por ello de perder la vida.




Ensayos, Capítulo IX
Traducción de Miguel Frontán




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