La noche es un gran espacio cúbico. Resistente. Extremadamente resistente. Acumulación de muros en todos los sentidos, que nos limitan, que quieren limitarnos. Cosa que no hay que aceptar.
Yo no salgo de allí. Sin embargo, cuántos obstáculos ya derribé.
Cuántos muros abatidos. Pero quedan. ¡Oh, falta para eso! En este momento le hago la guerra sobre todo a los techos.
Las bóvedas duras que se forman por encima de mí, cuando se presentan, las martillo, las machaco, las hago saltar, estallar, reventar, siempre se encuentran otras por detrás. Con mi enorme martillo que nunca se cansa, les asesto golpes como para matar a un mamut, si todavía quedara alguno... y estuviera allí. Pero no se hallan más que bóvedas, tenaces bóvedas, aun cuando es preciso romperlas y derribarlas. Se trata luego de despejar el lugar conquistado de los escombros que ocultan lo que hay más allá, cosa que por otra parte siempre adivino, pues me resulta evidente que aún hay una bóveda más lejana, más alta, que también habrá que derribar.
Lo que está duro debajo de mí no me molesta menos, obstáculo que no puedo, que no debo soportar, materia del mismo inmenso bloque detestado donde he sido puesto a vivir.
A golpes de pico, lo horado, y luego horado el siguiente.
De cueva en cueva, siempre desciendo, desmenuzando las bóvedas, arrancando los pilares.
Desciendo imperturbable, infatigable ante el descubrimiento de cuevas sin fin que hay en un número que desde hace tiempo dejé de contar, cavo, cavo siempre hasta que, una vez hecho un trabajo inmenso, me veo obligado a subir para darme cuenta de la dirección que seguí, porque uno termina cavando en espiral. Pero cuando llego arriba, me urge volver a bajar, llamado por la inmensidad de los recintos por desfondar que me esperan. Desciendo sin prestarle atención a nada, a zancadas de gigante, bajo escalones como si fueran siglos –y por último, más allá de los escalones, me precipito en el abismo de mis excavaciones, más rápido, más rápido, más desordenadamente, hasta chocar con el obstáculo final, momentáneamente final, y me pongo a demoler con renovados bríos, a demoler, a demoler, cavando en la masa de muros que no terminan y que me impiden partir a pie firme.
Pero un día la situación será diferente, quizás.
En La vida en los pliegues (1949)
Antología poética 1927-1986
Selección, traducción y prólogo Silvio Mattoni
Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2005
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