La expresión, auténtica portadora de la protesta estética, sucumbe al poder contra el cual protesta. De ese poder toma el jazz su tono de sorna y miseria, aunque lo disfrace transitoriamente de claridad y pasión. El sujeto que se expresa en el jazz está así diciendo: yo no soy nada, soy una basura, es justo que me hagan lo que me están haciendo; el sujeto del jazz es ya potencialmente uno de esos acusados a estilo ruso que son inocentes, pero que cooperan desde el primer momento con el fiscal y piensan que cualquier castigo es demasiado suave para ellos. Mientras que el ámbito estético surgió al principio, como esfera de leyes propias, del tabú mágico que separa lo santo de lo cotidiano y ordenaba mantener lo santo puro y separado, la profanidad se venga ahora de la descendencia de la magia: el arte. Se permite a éste la subsistencia sólo a condición de que renuncie al derecho de ser diverso y se someta a la omnipotencia de la profanidad en que al final se convirtió el tabú. No debe existir nada que no sea como lo que es. El jazz es la falsa liquidación del arte: en vez de realizarse la utopía, se trata de que desaparezca del texto.
Moda sin tiempo. Sobre el jazz (fragmento)
En Prismas. La crítica de la cultura y la sociedad
Traducción de Manuel Sacristán
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