8 de noviembre de 2011

George Bernard Shaw sobre Don Juan





En cuanto al mero libertinaje, usted sería el primero en recordarme que el Festin de Pierre, de Molière, no es una comedia para amoralistas, y que un solo compás del voluptuoso sentimentalismo de Gounod o Bizet parecería una mancha licenciosa en la partitura de Don Giovanni. Hasta los más abstractos elementos de Don Juan están ya demasiado deteriorados por el uso para poder utilizarlos. El supernatural antagonista de Don Juan, por ejemplo, arrojaba a lagos de azufre hirviente a quienes se negaban a arrepentirse, para que los atormentaran diablos con cuernos y rabos. De ese antagonista y de ese concepto del arrepentimiento, ¿cuánto queda que pudiera utilizarse en una comedia mía como para dedicársela a usted? Por otra parte, las fuerzas de la opinión pública de la clase media, que casi no existían para un aristócrata español en tiempos del primer Don Juan, ahora triunfan en todo el mundo. La sociedad civilizada es una inmensa burguesía: ningún aristócrata se atreve hoy a escandalizar a su verdulero. Todas las mujeres, sean "marchesani, principessi, camerieri" o "citaddini", son igualmente peligrosas. El sexo es agresivo, poderoso. Cuando se les hace una injusticia a las mujeres, no se agrupan para cantar patéticamente. "Protegga il giusto cielo"; echan mano de formidables armas legales y sociales y devuelven golpe por golpe. Una simple indiscreción basta para destrozar partidos políticos y carreras públicas. Más le vale a un hombre tener que cenar con todas las estatuas de Londres, con todo lo feas que son, que verse llevado por Donna Elvira al banquillo de los acusados ante la Conciencia No Conformista.

Como resultado, ya no es el hombre, como lo era Don Juan, el victorioso en el duelo de sexos. Se puede dudar hasta de si lo fue alguna vez. De todos modos, la enorme superioridad de la natural posición de la mujer en esta cuestión se va haciendo sentir con más y más fuerza. En cuanto a tirar de las barbas a la Conciencia No Conformista, como tiró Don Juan de las barbas de la estatua del Comendador en el convento de San Francisco, ni hablar; tanto la prudencia corzo la buena educación se lo prohiben a cualquier héroe que esté en sus cabales. Además, las barbas que corren peligro son las del propio Don Juan. Lejos de incurrir en hipocresía, como temía Sganarelle, Don Juan ha descubierto inesperadamente rana moral en su inmoralidad. El creciente reconocimiento de su nuevo punto de vista le va acumulando responsabilidades. Sus antiguas burlas las ha tenido que tomar tan en serio como yo algunas de W. S. Gilbert. Su escepticismo, en un tiempo su cualidad menos tolerada, ha triunfado ya tan completamente que Don Juan no puede seguir afirmándose con ingeniosas negaciones, y para salvarse de que se le interprete con clave debe en contrar una posición afirmativa. De las mil y tres aventuras galantes suyas, que se han convertido, cuando más, en dos intrigas que no cuajaron y le llevaron a sórdidas y prolongadas complicaciones y humillaciones, se prescinde totalmente como de indignas de su filosófica dignidad y comprometedoras en su posición, reconocida de nuevo, de creador de una escuela. En vez de fingir que lee a Ovidio, lee de veras a Schopenhauer y Nietzsche, estudia a Westermarck y se preocupa del porvenir de la raza en vez de preocuparse de la libertad de sus propios instintos. Sus calaveradas y sus aires de espadachín han seguido así el mismo camino que su espada y su mandolina, para acabar en la ropavejería de los anacronismos y de las supersticiones. En realidad, más tiene ahora de Hamlet que de Don Juan, porque las palabras puestas en boca del actor para indicar a la galería que Hamlet es un filósofo son en su mayor parte vulgaridades que, privadas de un poco de música verbal, serían más adecuadas para Pecksniff. Sin embargo, si del verdadero héroe, tartamudeante e incomprensible para sí mismo salvo en chispazos de inspiración, se separa el intérprete que cueste lo que cueste tiene que actuar durante cinco actos; si se hace lo que hay que hacer siempre en las tragedias de Shakespeare -extraer de los incidentes absurdamente sensacionales y de la violencia física del argumento, que no es suyo, la estofa auténticamente shakespeariana.- queda un verdadero adversario prometeico de los dioses, cuya instintiva actitud hacia las mujeres se parece mucho a la que se ve empujado a adoptar ahora Don Juan. Desde este punto de vista Hamlet era un Don Juan desarrollado con quien Shakespeare manipuló para presentarlo como hombre respetable, de la misma manera que manipuló con Macbeth para presentarlo como asesino. Ya no es necesario hacer ninguna manipulación (al menos en el plano de usted y en el mío), porque el donjuanismo no se entiende mal en el sentido de que sea mero casanovismo. El mismo Don Juan es casi un asceta en su deseo de evitar esa falsa interpretación, por lo que mi tentativa de ponerlo al día lanzándolo en forma de inglés moderno en un moderno ambiente inglés ha producido un personaje que superficialmente no se parece nada al héroe de Mozart.





Prólogo para Hombre y Superhombre (fragmento)
Trad.: Pedro Lecuona
Buenos Aires, Sudamericana 1962

Foto: George Bernard Shaw, 1948 -by Adolf Morath

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