El problema del origen de
las ideas agrega dos curiosas criaturas a la zoología fantástica. Una fue
imaginada al promediar el siglo XVIII; la otra, un siglo después.
La primera es la estatua
sensible de Condillac. Descartes profesó la doctrina de las ideas innatas;
Etienne Bonmot de Condillac, para refutarlo, imaginó una estatua de mármol,
organizada y conformada como el cuerpo de un hombre, y habitación de un alma
que nunca hubiera percibido o pensado. Condillac empieza por conferir un solo
sentido a la estatua: el olfativo, quizás el menos complejo de todos. Un olor a
jazmín es el principio de la biografía de la estatua; por un instante, no habrá
sino ese olor en el universo; mejor dicho, ese olor será el universo, que, un
instante después, será olor a rosa, y después a clavel. Que en la conciencia de
la estatua haya un olor único, y ya tendremos la atención; que perdure un olor
cuando haya cesado el estimulo, y tendremos la memoria; que una impresión
actual y una del pasado ocupen la atención de la estatua, y tendremos la
comparación; que la estatua perciba analogías y diferencias, y tendremos el
juicio; que la comparación y el juicio ocurran de nuevo, y tendremos la
reflexión; que un recuerdo agradable sea más vívido que una impresión
desagradable, y tendremos la imaginación. Engendradas las facultades del
entendimiento, las facultades de la voluntad surgirán después: amor y odio
(atracción y aversión), esperanza y miedo. La conciencia de haber atravesado
muchos estados dará a la estatua la noción abstracta de número; la de ser olor
a clavel y haber sido olor a jazmín, la noción del yo.
El autor conferirá después a
su hombre hipotético la audición, la gustación, la visión y por fin el tacto.
Este último sentido le revelará que existe el espacio y que en el espacio, él
está en un cuerpo; los sonidos, los olores y los colores le habían parecido,
antes de esa etapa, simples variaciones o modificaciones de su conciencia.
La alegoría que acabamos de
referir se titula Traité des sensations y es de 1754; para esta noticia, hemos
utilizado el tomo segundo de la Histoire de la Philosophie de Bréhier.
La otra criatura suscitada
por el problema del conocimiento es el "animal hipotético" de Lotze.
Más solitario que la estatua que huele rosas y que finalmente es un hombre,
este animal no tiene en la piel sino un punto sensible y movible, en la
extremidad de una antena. Su conformación le prohíbe, como se ve, las
percepciones simultáneas. Lotze piensa que la capacidad de retraer o proyectar
su antena sensible bastará para que el casi incomunicado animal descubra el
mundo externo (sin el socorro de las categorías kantianas) y distinga un objeto
estacionario de un objeto móvil. Esta ficción ha sido alabada por Vaihinger;
la registra la obra Medizinische Psychologie, que es de 1852.
En Manual de zoología fantástica
México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1966
Imgen: Borges por Pablo Añeli
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