I
A las ortigas y a las piedras.
A las "matemáticas severas". A los trenes mal iluminados de cada crepúsculo. A las calles de nieve bajo la estrella sin límite.
Iba, me perdía. Y con dificultad las palabras su camino encontraban en el terrible silencio. — A las palabras pacientes y salvadoras.
II
A la "Madona del crepúsculo". A la gran mesa de piedra sobre las orillas dichosas. A los pasos que se han unido, luego separado.
Al invierno oltr'Arno. A la nieve y a tantos pasos. A la capilla Brancacci, cuando es de noche.
III
A las capillas de las islas.
A Gala Pacidia. A los muros estrechos que dan medida a nuestras sombras. A las estatuas en la hierba; y, como yo quizá, sin rostro.
A una puerta tapiada con ladrillos de color sangre sobre tu fachada gris, catedral de Valladolid. A grandes círculos de piedra. A un paso cargado con muerta tierra negra.
A Santa Marta de'Aglié, en el Canavese. El ladrillo rojo que envejeció pronunciando la alegría barroca. A un palacio desierto y cerrado entre los árboles.
(A todos los palacios de este mundo, por el recibimiento que dan a la noche)
A mi morada en Urbino entre el número y la noche.
A Saint-Ives de la Sagesse.
A Delfos, donde morir es posible
A la ciudad de los barriletes y de las grandes casas de vidrio donde se refleja el cielo.
A los pintores de la escuela de Rimini. Quise ser historiador por angustia de vuestra gloria. Quisiera borrar la historia por inquietud de vuestro absoluto.
IV
Y siempre a los muelles de la noche, a los pubs, a una voz que dice «Soy la lámpara. Soy el aceite».
A esa voz consumida por una fiebre esencial. Al tronco gris del arce. A una danza. A esas dos salas cualesquiera, para el mantenimiento de los dioses entre nosotros.
Transcripto de Poesía francesa contemporánea 1940-1997
Selección, traducción, prólogo y notas de Jorge Fondebrider
Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1997
Photo by Derek Hudson/Contour by Getty Images
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