La ingenuidad, el optimismo, la generosidad suelen encontrarse en los botánicos, los especialistas de ciencias puras o los exploradores, nunca en los políticos, los historiadores o los curas. Los primeros se pasan sin sus semejantes, los segundos hacen de ellos el objeto de sus actividades o sus investigaciones. Sólo se agria uno en la vecindad del hombre. Los que le dedican sus pensamientos, lo examinan o quieren ayudarle, llegan, tarde o temprano, a despreciarle, a tomarle horror. Psicólogo si los hay, el sacerdote es el ejemplar humano más desengañado, incapaz por oficio de conceder el menor crédito a sus prójimos; de ahí proviene su aire avisado, su astucia, su dulzura fingida y su profundo cinismo. Los que, de entre ellos, en número verdaderamente ínfimo, se deslizaron hacia la santidad, no hubieran podido alcanzarla si hubieran observado de más cerca a sus feligreses: fueron unos despiadados, unos malos sacerdotes, incapaces de vivir como curiosos y parásitos del pecado original.
Para curarse de toda ilusión sobre el hombre, habría que poseer la ciencia, la experiencia secular del confesionario. La Iglesia está tan vieja y tan desengañada, que no puede creer en la salvación de nadie, ni complacerse en la intolerancia. Tras habérselas entendido con una inconmensurable muchedumbre de fervientes y sospechosos, debía acabar por penetrarlos y cansarse de ellos, por detestar sus escrúpulos, sus tormentos, sus confesiones. ¡Dos mil años en el secreto de las almas!
Es demasiado incluso para ella. Milagrosamente preservada hasta ahora de la tentación del asco, hoy cede a él: las conciencias que tiene a su cargo la importunan y la agotan. Ninguna de nuestras miserias, ninguna de nuestras infamias despierta ya su interés: hemos acabado con su piedad y su curiosidad. Como sabe ya mucho sobre todos nosotros, nos desdeña, nos deja ir a nuestro aire, buscar en otra parte. Ya la abandonan los fanáticos. Pronto será el último refugio del escepticismo.
Es demasiado incluso para ella. Milagrosamente preservada hasta ahora de la tentación del asco, hoy cede a él: las conciencias que tiene a su cargo la importunan y la agotan. Ninguna de nuestras miserias, ninguna de nuestras infamias despierta ya su interés: hemos acabado con su piedad y su curiosidad. Como sabe ya mucho sobre todos nosotros, nos desdeña, nos deja ir a nuestro aire, buscar en otra parte. Ya la abandonan los fanáticos. Pronto será el último refugio del escepticismo.
"Furores y resignaciones"
En La tentation d'exister, 1972
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