El cuerpo esplende en el zaguán profundo, ante la trenza del esparto
y los armarios destinados a los membrillos y las sombras.
De pronto, el llanto enciende los establos.
Una vecina lava la ropa fúnebre y sus brazos son blancos
entre la noche y el agua.
***
Todos los árboles se han puesto a gemir dentro de mi espíritu
al recordar tus bragas en la oscuridad, la luz debajo de tu piel,
tus pétalos vivientes.
Atravesando los aniversarios, a veces viajan las palomas ebrias.
Venga desnuda tu misericordia, ah paloma mortal, hija del campo.
***
El mirlo en la incandescencia de tus labios se extingue.
Yo siento en ti grandes heridas y te desnudas en mis fuentes.
Se extingue el mirlo en las alcobas blancas donde soy ciego,
donde, algunas veces, suenan en ti grandes campanas.
Antonio Gamoneda posando para el escultor Amancio González Foto de Amando Casado |
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