Distintas lenguas que uno debería conocer: una para su madre, lengua que luego ya no vuelve a hablar nunca más; una sólo para leer y en la que nunca se atreverá a escribir; una para rezar y de la que no entiende ni una palabra; una para contar y a la que pertenece todo lo que tiene que ver con el dinero; una para escribir (pero no para escribir cartas); una para viajar (en ésta se pueden escribir cartas también).
El hecho de que haya distintas lenguas es lo más terrible del mundo. Significa que para las mismas cosas hay distintos nombres; además habría que poner en duda que se trate de las mismas cosas. Detrás de toda ciencia del lenguaje se oculta el afán de reducir las lenguas a una. La historia de la torre de Babel es la historia del segundo pecado original. Una vez hubieron perdido la inocencia y la vida eterna, los hombres, de un modo artificial, valiéndose de su ingenio, quisieron llegar hasta el cielo. Primero probaron la fruta del árbol del bien y del mal, luego aprendieron las artes de éste y subieron directo hacia el cielo. Por esto les fue arrebatado lo que todavía guardaban después del pecado original: el tener los mismos nombres. Esta acción de Dios fue la más diabólica de cuantas se hayan cometido jamás. La confusión de los nombres fue la confusión de su propia creación, y no se puede comprender para qué llegó a salvar algunas cosas del Diluvio Universal.
La provincia del hombre
Versión castellana de Eustaquio Barjau
Madrid, Taurus Ediciones, 1982
No hay comentarios.:
Publicar un comentario