La palabra libertad sirve para expresar una tensión muy importante, quizá la más importante de todas. Uno quiere siempre marcharse y cuando el lugar al que uno quiere ir no tiene nombre, cuando es indeterminado y no se ven en él fronteras, lo llamamos libertad.
La expresión espacial de esta tensión es el ardiente deseo de traspasar una frontera, como si ésta no existiera. Para el sentimiento mítico de los antiguos; la libertad de volar llega hasta el sol. La libertad en el tiempo es la superación de la muerte, y llegamos incluso a contentarnos con irla retrasando indefinidamente. La libertad que tiene lugar en las cosas es la disolución de los precios, y no hay nada que el derrochador ideal - que es un hombre muy libre - desee tanto como un cambio incesante en los precios, un cambio que no esté determinado por regla alguna, el indiscriminado subir y bajar de éstos, algo sobre lo que, como el tiempo, no podemos influir y que ni siquiera podemos realmente predecir. No hay ninguna libertad «para algo»; la gracia y la fortuna de la libertad es la tensión del hombre que quiere saltar sus propias barreras y que, en aras de este deseo, elige siempre las peores barreras que encuentra. Uno que quiere matar tiene que vérselas con las más temibles amenazas que acompañan a la prohibición de matar, y si estas amenazas no lo hubieran atormentado tanto, seguro que habría tomado sobre sí tensiones más afortunadas. El origen de la libertad está, sin, embargo, en la respiración. El aire era para todos, todo el mundo podía tomarlo, cualquiera que fuera este aire y quienquiera que fuera el que lo tomara, y la libertad de respirar es la única que hasta la fecha no ha sido realmente destruida.
La provincia del hombre - Carnet de notas 1942-1972
Trad. Eustaquio Barjau
Madrid, Taurus ediciones, 1982
La provincia del hombre - Carnet de notas 1942-1972
Trad. Eustaquio Barjau
Madrid, Taurus ediciones, 1982
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