19 de noviembre de 2009

Pequeña antología vergonzante de la poesía argentina






Ricardo Güiraldes (1886-1927)

Luna


Luna que haces ulular a los perros y los poetas.
Faro de tiza
astro en camisa.

Disco, casco y guadaña, colgada al hombro de la noche, representante de muerte.
Impotente
intermitente.

Parásito luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra barca sideral.
Ronda vejiga
pálida miga.

Surtidora de falsas purezas. Frígido ovillo.
Pulcro botón de calzoncillo.

Nadie te teme; todos te quieren. Inofensivo bollo de harina sin importancia.
Blanca jactancia.

Sudario de azoteas. Velador de noctámbulos.
Orgullo hinchado
de trasnochado.

Luna, muerte, maleficio
gorda madama del precipicio.

Ojalá se ahogue dentro de un charco,
tu ojo zarco.

Ángel caído en frialdad, per-in-eternum.
Mundo maldito,
me importa un pito.



Carlos Guido y Spano (1827-1918)

Trova


He nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte
he nacido en Buenos Aires.

Tierra no hay como la mía;
¡ni Dios otra inventaría
que más bella y noble fuera!
¡Viva el sol de mi bandera!
Tierra no hay como la mía.

Hasta el aire aquí es sabroso;
nace el hombre alegre, brioso,
y las mujeres son lindas
como en el árbol las guindas;
hasta el aire aquí es sabroso.

¡Oh, Buenos Aires, mi cuna!
¡De mi noche amparo y luna!
aunque en placeres desbordes,
oye estos dulces acordes
¡oh, Buenos Aires, mi cuna!

Fanal de amor encendido,
borda el cielo tu vestido
de rosas y rayos de oro:
eres del mundo tesoro,
fanal de amor encendido.

¿Quién al verte no te admira
y al dejarte no suspira
por retornar a tus playas?
Deidad de las fiestas mayas,
¿quién al verte no te admira?

De tus glorias que otros canten,
y a las nubes te levanten
entre palmas y trofeos.
Yo no asisto a esos torneos:
de tus glorias que otros canten.

Tu esplendor diré tan sólo,
si no del ya viejo Apolo
con la lira acorde y fina,
en mi guitarra argentina
tu esplendor diré tan sólo.

Voluptuosa te perfumas
de junquillos y arirumas;
cuando te adornas y encintas,
en las áureas de tus quintas
voluptuosa te perfumas.

Goza del Plata al arrullo
llena de garbo y orgullo,
criolla sin par, blasonante
de tu destino brillante,
goza del Plata al arrullo.

Triunfa, baila, canta, ríe;
la fortuna te sonríe
eres libre, eres hermosa;
entre sueños, color rosa,
triunfa, baila, canta, ríe.

¡Cuántos medran a tu sombra!
Tu campiña es verde alfombra,
tus astros vivos topacios;
habitando tus palacios
¡cuántos medran a tu sombra!

Bajo de un humilde techo
vivo, en tanto, satisfecho
bendiciendo tu hermosura,
que bien cabe la ventura
bajo de un humilde techo.

La riqueza no es la dicha;
si perdí la última ficha
al azar de la existencia,
saqué en limpio esta sentencia:
la riqueza no es la dicha.

He nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte
he nacido en Buenos Aires.


Nenia - Canción Fúnebre

En idioma guaraní,
una joven paraguaya
tiernas endechas ensaya
cantando en el arpa así,
en idioma guaraní:

¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú ?
¡llora, llora urutaú!

¡En el dulce Lambaré
feliz era en mi cabaña;
vino la guerra y su saña
no ha dejado nada en pie
en el dulce Lambaré!

¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!
Todo en el mundo he perdido;
en mi corazón partido
sólo amargas penas hay ?
¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!

De un verde ubirapitá
mi novio que combatió
como un héroe en el Timbó,
al pie sepultado está
¡de un verde ubirapitá!

Rasgado el blanco tipoy
tengo en señal de mi duelo,
y en aquel sagrado suelo
de rodillas siempre estoy,
rasgado en blando tipoy.

Lo mataron los cambá
no pudiéndolo rendir;
él fue el último en salir
de Curuzú y Humaitá ?
¡Lo mataron los cambá!

¡Por qué, cielos, no morí
cuando me estrechó triunfante
entre sus brazos mi amante
después de Curupaití!
¡Por qué, cielos, no morí!...

¡Llora, llora, urutaú
en las ramas del yatay;
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú-
¡Llora, llora, urutaú!



Leopoldo Lugones (1874-1946)

Delectación morosa


La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.

Surgió enorme la luna en la enramada;
las hojas agravaban su sigilo,
y una araña en la punta de su hilo,
tejía sobre el astro, hipnotizada.

Poblóse de murciélagos el combo
cielo, a manera de chinesco biombo
tus rodillas exangües sobre el plinto

manifestaban la delicia inerte,
y a nuestros pies un río de jacinto
corría sin rumor hacia la muerte.



Baldomero Fernández Moreno (1886-1950)

Setenta balcones y ninguna flor


Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!



La vaca muerta

Lentamente venía la vaca bermeja,
por el campo verde todo lleno de agua;
lentamente venía, los ojos muy tristes,
la cabeza baja,
y colgando del morro brillante
un hilo de baba.

Enferma venía la buena, la única
de la pobre chacra.

-¡Hazla correr, hombre!-
la mujer gritaba
al viejo marido--
¡si viene empastada!

Y el viejo marido,
los brazos subía y bajaba,
y la vaca corrió como pudo,
los ojos más tristes, la cabeza baja.

Junto a un alambrado
salpicando el agua
cayó muerta la vaca bermeja
¡el viejo y la vieja lloraban!

Y vino un vecino
con una cuchilla afilada,
y en el vientre redondo y sonoro
dio otra puñalada.

Un poco de espuma
de un verde muy claro de alfalfa,
surgió por la herida, y el docto vecino,
después de profunda mirada,
acabó sentencioso: la carne está buena,
hay que aprovecharla.

Los cielos estaban color de cenizas,
el viejo y la vieja lloraban.



Carlos Latorre (1916-1980)

Yo, Pantagruel


Siento deseos de vomitar.
Deben ser los residuos de todo lo que me obligaron a tragar,
mas volvería a devorarlo todo porque mi cuerpo está hecho de lo poco o mucho
que pude asimilar.
Mi banquete fue opíparo
y espero todavía,
espero;
espero poco de lo que leí
y el retorno de siquiera parte de lo mucho que viví,
aun sabiendo que el agua no pasa dos veces por el mismo lugar.
No me lamento por eso.
Lo pasado,
hasta aquí.
Ahora espero,
simplemente espero no sé qué
a quién
ni para qué.
Seguramente se trata de algo
o de alguien
que todavía permanece fuera de mí
fuera de sí;
de aquello que,
seguramente,
nunca poseí
y por lo tanto
no llegué a ingerir.
Y no me resigno.




En una antología de los mejores poetas argentinos
No registro por olvidables al antólogo ni a la editorial





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