28 de agosto de 2009
Olga Orozco - El muro de los lamentos
Paso a paso a lo largo de la pared que fue visión tramposa,
transparencia entreabierta,
y ahora está cerrada como boca cerrada
-como estarán cerrados los oídos de mis sobrevivientes al reclamo obstinado-,
por más que me deslice con persuasión de aroma o sigilo de lluvia
contra la torva piedra,
que tal vez sólo tenga nostalgia de mi frente reclinada en su noche,
en la blancura inmensa.
¡Ah desierto insoluble con su enigma de pie como la esfinge que me acosa!
Siempre hay una pared fatal que se adelanta cuando yo me asomo,
un escollo insalvable fabricado con saña en todos los talleres del destino
para que no me jacte de ninguna victoria sobre el polvo,
para que nunca olvide la distancia que media entre la sed y el vaso
entre el relámpago y el trueno.
Siempre hay una pared que me rechaza, que me arroja a las fieras
o desvía mis pies hacia lugares donde no puedo entrar o adonde nunca llego
y en los que sin embargo estará envejeciendo la primavera que me sueña.
"Apágate, confuso resplandor, polilla encandilada;
no hay sitio para guardar tanta intemperie detrás de un solo muro",
alguien dice, alguien grazna como la bruja de medianoche en el tejado.
Y la estatura de la prohibición asciende, se agiganta y rebasa,
cubre hasta el cielo en nombre de un demonio.
Feroz, insobornable la guardiana.
A veces me persigue hasta en los sueños esta infernal mampostería.
¿No será que yo llevo esta pared conmigo?
Buenos Aires, La Nación, 1986
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