Me disponía a comer una ostra. Pero resulta que tenía pestañas, largas y rojizas. Desde entonces, para ella fue un juego localizarme, vigilarme sin flaquear, intimidarme y obligarme, dentro de la mayor confusión, a retirarme de esa mesa a la que me había sentado, seguro de mi fuerza, unos minutos antes.
***
Cada noche, como castigo, un arado diminuto labra en mi médula un surco pequeño, muy pequeño, que nunca se llenará, nunca jamás.
El labrado-viviente aún confía. A ratos, la vida le parece hermosa.
Sin embargo, una noche explotó con inmenso estruendo, una gran aglomeración e islas que yo acumulaba en secreto en mi espalda. Hay un minuto de vaivén, un minuto de profundo vuelco de la desgracia, y la noche concluye en un abismo de olvido.
Entonces se dibuja, algo más profundo, el pequeño surco cada vez más profundo.
El labrado-viviente aún confía. A ratos, la vida le parece hermosa.
Sin embargo, una noche explotó con inmenso estruendo, una gran aglomeración e islas que yo acumulaba en secreto en mi espalda. Hay un minuto de vaivén, un minuto de profundo vuelco de la desgracia, y la noche concluye en un abismo de olvido.
Entonces se dibuja, algo más profundo, el pequeño surco cada vez más profundo.
En Frente a los cerrojos, V Personal
Trad.: Julia Escobar
Madrid, Pre-Textos, 2000
Foto: Henri Michaux, Paris, 1925 por Claude Cahun
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