[…] Desde hace decenios los artistas austríacos no producen más que basura cursi que realmente, si dependiera de mí, iría a parar al basurero. Los pintores pintan basura, los compositores componen basura, los escritores escriben basura, dijo Reger. […] Eso es lo característico de esta época estúpida. Los compositores austríacos actuales son, en fin e cuentas, unos idióticos pequeñoburgueses fabricantes de notas, cuya basura de sala de conciertos apesta al cielo. Y los escritores austríacos en conjunto no tienen absolutamente nada que decir y ni siquiera saben escribir lo que no tienen que decir. Ninguno de esos escritores austríacos de hoy sabe escribir, todos se sacan de la manga una literatura de epígonos repulsivosentimental, dijo Reger, y escriben, escriban donde escriban, únicamente basura, escriben basura estiria y salzburguesa y carintia y burguenlandesa y bajoaustríaca y altoaustríaca y tirolesa y coralberguiana, y amontonan esa basura desvergonzadamente y con avidez de gloria entre las tapas e sus libros, así Reger. Están en sus viviendas municipales de Viena o en cabañas de ocasión y confusión de Carintia o en los patios interiores de Estiria y escriben basura, la basura epigonal, apestosa y sin cabeza ni espíritu de los escritores austríacos, dijo Reger, en la que la patética tontería de esa gente apesta al cielo, así Reger. […] Todos esos libros de esos escritores más o menos asquerosamente oportunistas oficiales no son otra cosa que libros plagiados, dijo Reger, cada una de sus líneas es una línea robada, cada palabra es una palabra arrebatada. Esa gente escribe desde hace decenios sólo una literatura sin pensamiento, escrita sólo para agradar, así Reger. Mecanografían su tontería abismal y se embolsan por esa tontería abismal e insulsa todos los premios imaginables, dijo Reger. […] Un fingimiento de filosofía y terruño, tan de moda en estos momentos, es lo que contiene la basura de esa gente, dijo Reger, que no es capaz de un solo pensamiento propio. Los libros de esa gente no deberían ir a las librerías, sino directamente al basurero, dijo Reger. Lo mismo que, en general, todo el arte austríaco actual debería ir al basurero. […] A toda esa gente la colman de becas y de premios y a cada instante hay un doctor honoris causa por aquí y un doctor honoris causa por allá y a cada instante se sientan junto a un ministro y poco después junto a otro y hoy están con el canciller federal y mañana con el presidente del Parlamento y hoy están en el hogar de los sindicatos socialistas y mañana en la casa de la cultura de los obreros católicos y se dejan agasajar y mantener. Estos artistas de hoy, efectivamente, no son sólo tan mentirosos en sus llamadas obras, son igualmente mentirosos en sus vidas, dijo Reger. Un trabajo mentiroso alterna en ellos continuamente con una vida mentirosa, lo que escriben es mentiroso, lo que viven es mentiroso, dijo Reger. Y luego, esos escritores hacen lo que se llaman giras de conferencias y viajan de un lado a otro por toda Austria y por toda Suiza, sin dejarse ningún empobrecido poblado comunal, para leer en público su basura y dejarse agasajar, y se dejan llenar sus bolsillos de marcos y de chelines y de francos, así Reger. Nada es más repugnante que lo que se llama una lectura poética, dijo Reger, apenas hay cosa que aborrezca más, pero a toda esa gente no le importa nada leer públicamente por todas partes su basura. A nadie le interesa en el fondo lo que esa gente ha escrito apresuradamente en sus correrías literarias, pero ellos lo leen en público, se presentan y lo leen en público y se inclinan ante cualquier consejero municipal retrasado mental y ante cualquier concejal embrutecido y ante cualquier pazguato germanista, así Reger. Leen desde Flensburg a Bolzano su basura y se dejan mantener, sin el menor escrúpulo, de una forma vergonzosa. No hay nada más insoportable para mí que lo que se llama una lectura poética, dijo Reger, es repelente sentarse y leer la propia basura, porque toda esa gente, al fin y al cabo, no lee otra cosa que basura. Cuando todavía son muy jóvenes, al fin y al cabo puede pasar, dijo Reger, pero cuando son mayores y se acercan ya a los cincuenta y más, sólo resulta repugnante. Pero precisamente esos escritores de más edad son los que leen en público, dijo Reger, por todas partes, y se suben a cualquier estrado, y se sientan ante cualquier mesa para declamar su prosa embrutecida y senil, así Reger. Hasta cuando su dentadura postiza no puede contener ya en su boca sus mentirosas palabras, se suben al tablado en cualquier sala municipal y leen sus imbecilidades verborreicas, así Reger. Un cantante que canta sus lieder es ya insoportable, pero un escritor que presenta sus producciones resulta todavía mucho más insoportable, así Reger. El escritor que se sube a un estrado público para leer su basura oportunista aunque sea en la Iglesia de San Pablo de Frankfurt, no es más que un miserable cómico de la legua, dijo Reger. Por todas partes pululan esos cómicos de la legua oportunistas, dijo Reger. En Alemania y en Austria y en Suiza pululan esos cómicos de la legua oportunistas, así Reger. Sí, sí, dijo, la consecuencia lógica sería siempre una desesperación total en relación con todo. Pero me resisto a una desesperación total en relación con todo. Tengo ahora ochenta y dos años y me resisto con uñas y dientes a esa desesperación total en relación con todo, así Reger. En este mundo y en esta época, dijo, en la que sin embargo todo es posible, pronto no será nada posible.
Transcripción de Maestros Antiguos, pp. 137 y ss.
Traducción Miguel Sáenz
Madrid, Alianza editorial, 1991
Foto: Andrej Reizer, 1985
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