En vista de la debilidad de mi brazo, nunca hubiese podido ser verdugo. De ninguna manera hubiera podido cortar limpiamente un cuello. En mis manos, el arma hubiera chocado no solamente con el obstáculo imperial del hueso, sino también con los músculos de la región del cuello de esos hombres acostumbrados al esfuerzo, a la resistencia.
Un día, sin embargo, se presentó para morir un condenado de cuello tan blanco, tan endeble que se acordaron de mi candidatura para el puesto de verdugo; condujeron al condenado hasta mi puerta y me lo ofrecieron para matarlo.
Dado que su cuello era oblongo y delicado, hubiera podido ser cortado como una rebanada de pan.
No dejé de percibirlo de inmediato, era verdaderamente tentador. No obstante, me negué con amabilidad, agradeciéndoles mucho la oferta.
Casi inmediatamente después, lamenté mi rechazo; pero era demasiado tarde, ya el verdugo oficial le cortaba la cabeza. Se la cortó como siempre, como una cabeza cualquiera, siguiendo el hábito que tenía con las cabezas, desinteresado, sin ver siquiera la diferencia.
Entonces me lamenté, sentí pesar y me reproché por haber rehusado, como lo había hecho, tan rápida, nerviosamente y casi sin darme cuenta.
Traducción Silvio Mattoni
Transcripción de Antología poética 1927-1986
Buenos Aires, Adriana Hildalgo editora, 2005
Imagen: Retrato de Henri Michaux por Jean Dubuffet 1947
Art Institute of Chicago
Con una naturalidad pasmosa, Michaux se cruza con la poesía...
ResponderBorrar"el obstáculo imperial del hueso"
Magistral, sin duda, la forma en que destila su relato.
Liliana