Es sólo un juego, dicen quienes no lo juegan. Un arte, una ciencia, dicen los jugadores. "El ajedrez es una forma de producción intelectual que posee un encanto peculiar. Siempre he sentido un poco de lástima hacia aquellas personas que no conocen el ajedrez. Justamente lo mismo que siento por quien no ha sido embriagado por el amor. El ajedrez, como el amor, como la música, tiene la virtud de hacer feliz al hombre", dijo Siegbert Tarrasch, un médico experto en terapia por hipnosis, que después de perder el match por el título mundial con Lasker, conservó el humor suficiente para jugar otro cuyo único premio consistía en un kilo de manteca. Mucho después, el campeón mundial Tigram Petrosian lo corrigió sutilmente:"El espíritu del ajedrez —señaló— es mucho más poderoso que el ajedrez y que cualquier ajedrecista; escapa a toda posibilidad de comprensión, y así como conduce a un hombre a la bienaventuranza puede arrastrar a otro a la locura". De la felicidad y la locura que el mágico juego conlleva sobran ejemplos en la historia del arte, tanto como en la del ajedrez. El primer campeón mundial, Wilhelm Steinitz (1834-1900) murió en un asilo de lunáticos, desafiando a Dios a jugar y ofreciéndole un peón de ventaja (que se sepa, su desafío no fue aceptado). Y hoy nadie duda de la demencia de Bobby Fischer, otrora mimado —como hoy Garry Kasparov— por la prensa. Los desplantes del propio Kasparov, dicen algunos, son propios de un descentrado, y solo pueden ser considerados normales en el mismo concierto de intereses que terminó de enfermar a Fischer.
Figura 1 . Ajedrecistas (Daumier, 1868)
Cuando el empate no vale
En una partida puede jugarse la vida. Según una tradición, Atahualpa murió porque humilló a los españoles ganándoles al ajedrez, que había aprendido viendo jugar a sus guardianes. Según otra tradición, Tom Paine se salvó de ser ejecutado porque su mujer venció a Robespierre en el Café de la Régence.
La fascinación por el juego suele actuar como un cataclismo y barrer con toda sensatez. Napoleón, el autócrata, y Voltaire, el tolerante, se mostraban idénticos en algo: perdían los estribos cuando eran derrotados. El deseo de aniquilación del contrario que subyace en la contienda ajedrecística, hace que el empate deje gusto a ceniza en la boca de los rivales, y espesa la atmósfera de las salas de torneo. "Cuando la partida termina —bromeaba Miguel Najdorf—, los maestros se estrechan caballerescamente las manos, porque no pudieron estrangularse." H. A. Murena (La partida infinita) sistemáticamente se negaba a jugar al ajedrez con sus amigos: se sentía incapaz de odiarlos, ni tan solo por un momento.
Ninguna otra actividad, salvo la matemática y la música, ejerce semejante fascinación en el espíritu humano, ni exhibe la misma capacidad de producir niños prodigios. En Muerte de reyes, George Steiner enuncia analogías entre las tres disciplinas, al tiempo que se confiesa víctima de la adicción: "El acto de mover treinta y dos piezas en un espacio de sesenta y cuatro casillas es un fin en sí mismo, un mundo muy completo al lado del cual la vida biológica, política o social da la impresión de ser desordenada, aburrida y contingente. Hasta el más torpe de los aficionados siente esa fascinación diabólica. Hay momentos mágicos en los que criaturas completamente normales dedicadas a otras cosas, hombres como Lenin o como yo mismo, sienten la tentación de renunciar a todo —a su matrimonio, a su hipoteca, a su carrera o a la Revolución Rusa— para pasar días y noches moviendo pequeños objetos tallados sobre un tablero cuadrado. En presencia de un juego, hasta del más barato de los juegos de bolsillo, nuestros dedos se encogen y sentimos frío en la columna vertebral. Y no con el objeto de ganar dinero, ni de obtener conocimientos o nombradía, sino movidos por un encanto autista, tan puro como los cánones invertidos de Bach o la fórmula de los poliedros de Euler ".
El hechizo no respeta fronteras. Encantó a Lenin igual que a Trotsky, Iván el Terrible, Napoleón, el Che Guevara, Robespierre, Goebbels, Ho Chi Min, Fidel Castro, Roosevelt, Hussein de Jordania o Spiro Agnew. Cautivó a Doré como a Rembrandt, Dalí, Braque, Max Ernst, Paul Klee, Chagall, o Magritte, que dejaron muestras de su pasión en todos los museos del mundo.
Los músicos no se quedaron atrás: desde los ballets representados en la corte de Luis XIV hasta las excéntricas composiciones de Juan María Solare (Ajedrez I y II, sobre poemas de Borges); Ben Oni y Zugzwang ("quince miniaturas sobre la estrategia del ajedrez, para violín o flauta, saxo alto o clarinete, bajo doble o violoncello y piano o sintetizador"), pasando por El jugador de ajedrez (1927) música para piano, de 135 minutos de duración, compuesta por Henri Rabaud para el film dirigido por Raymond Bernard, la dilatada lista de composiciones "ajedrecísticas" incluye Jaque mate (1937), ballet de Sir Arthur Bliss con coreografía de Ninette de Valois; 8x8 Sonata Ajedrecística, de Hans Richter; Juegos imaginarios (1993) de Ake Parmerud ("basados" en la 22a. partida del match Karpov-Kasparov de 1992) y Bocetos de ajedrez (1996) de Murielle Lucie Clément, ópera breve "para dos sopranos y tablero" ("basada" en la partida que Ljubomir Ljubojevic ganó a Kasparov en Bruselas en 1987).
Figura 2 . Ajedrez (Juan Gris, 1917)
El cine y los cineastas tampoco son inmunes a la infección. El ajedrez apareció por primera vez en un film en The wishing ring, de 1914. La primera película dedicada exclusivamente al ajedrez fue Chess Fever (Moscú, 1921), con la participación del campeón Capablanca. Las asociaciones alegóricas del juego con la muerte quedaron registradas en las cintas de Cocteau y de Ingmar Bergman (El Séptimo Sello es el clásico del género). Las concomitancias del juego con la demencia fueron recogidos en Die Schachnovelle (sobre la novela de Stefan Zweig), con Curt Jurgens en el papel del jugador vienés y Marc Adorf como campeón mundial.
Figura 3. Durante un alto en la filmación de Agente confidencial, Charles Boyer juega contra el Dr. Walter Cruz, campeón de Brasil. Los observan los maestros Herman Pilnik (sentado) y Héctor Rosetto (Argentina) y Herman Steiner (el más alto).
Muchos cineastas padecieron la fiebre: Stanley Kubrick cuenta: "Cuando no tenía algo mejor que hacer, participaba de torneos en el Marshall Club y en el Man hattan Chess Club, en Nueva York, y jugaba por dinero en los parques y en cualquier lugar donde fuera posible hacerlo"; no es fortuita su afinidad con otro miembro de la cofradía, Vladimir Nabokov, cuya Lolita filmó. Otro fanático fue Humphrey Bogart: antes de convertirse en astro hacía estragos, a medio dólar por partida rápida, en los bares y salones de ajedrez de las cercanías de The New York Times Square; llegó a ser director de torneos de la Federación Norteamericana de Ajedrez, y empató con Samuel Reshevsky. En 1945, una portada del Chess Review lo mostró junto a su esposa Lauren Bacall, enfrentando a Charles Boyer, otro ajedrecista célebre.
Figura 4. Vladimir Nabokov, el autor de Lolita estudia un problema con su esposa Vera
Catálogo fantástico
Las obras literarias surgidas al influjo del ajedrez constituyen un género por sí mismas. Catalogarlas sería interesante, pero mucho más interesante sería confeccionar el fantasmal repertorio de las obras que a causa del ajedrez no vieron la luz: entre ellas ya se cuentan muchas pinturas de Marcel Duchamp y muchas páginas de Juan José Arreola. "El arte y la literatura carcomidos por el ajedrez", titularon una publicación Duchamp y Roussel. Y Arreola confesó, poco antes de morir: "El ajedrez ha sido el pasatiempo de mi vida, más que la literatura, incluso. Yo no he dedicado a la literatura ni la milésima parte de lo que le he dedicado al ajedrez. El ajedrez es el único juego que vale la pena jugar porque nos sobrepasa, como las piezas de Shakespeare, las novelas de Dostoievsky o los más grandes poetas de la humanidad que han hecho algo que se acerca a lo imposible, pero todos se quedan en el umbral. Me di cuenta de que el ajedrez es imposible para el hombre, está más allá de su alcance".
Lugar aparte en la bibliografía especializada habría que reservar para los monstruos e hipermonstruos de la literatura paraajedrecística: aquí cabría la obra de J. M. Temple, quien concibió la partida que conduce a la posición que inicia A través del espejo, de Lewis Carroll. O la del Dr. J. Schumer, compilador de Chesslets, libro que agrupa partidas reales ficticiamente anotadas por grandes escritores, con frases de sus obras. Así, la partida Atkins-Saunders, jugada en Stratford-Upon-Avon, en 1925, es analizada ni más ni menos que por Shakespeare. La jugada 23 de Atkins es mala, y el Bardo opina "Algo está podrido en Dinamarca"; no obstante, los maestros empataron en 37 jugadas.
Figura 5. En A través del Espejo, de Lewis Carroll, el mundo de Alicia es un gigantesco tablero.
La primera aparición literaria del ajedrez se registra en un manuscrito árabe del siglo VII. A medida que el sofisticado pasatiempo ganaba adeptos, la literatura comenzó a registrar su presencia más asiduamente, con el tácito reconocimiento de que por mucho que del ajedrez se hable, siempre queda en él algo inexplicable.
Dos visiones fundamentales sugirieron los artistas: la de que es un remedo de la guerra y la de que es un remedo de la vida (con la subvariante irónica de que la vida es un remedo del ajedrez). Esta segunda interpretación suele incluir la de que el jugador no es más que un poseído por designios que no discierne ni comprende, un títere. Las casillas blancas y negras representarían los días y las noches; Karpov, Kasparov, Bobby Fischer, no serían sino muñecos que mueven muñecos.
El primero en exponer esta alegoría fue el poeta Omar Khayyám, en el 49º cuarteto del Rubáyyát:
Todo esto es un Tablero de Noches y de Días
Donde el Destino con Hombres como con Piezas juega.
Los mueve de aquí a allá, los siega, les da mate,
Y uno por uno a la Caja los regresa.
Borges glosó la idea de Khayyám en uno de sus dos espléndidos sonetos sobre el ajedrez:
También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías?
Con esta idea se relacionan las partidas vivientes (como la descripta por Rabelais en Gargantúa y Pantagruel) en que las piezas son hombres y mujeres y el tablero consiste en un gran escenario natural o artificial. Las partidas vivientes se siguieron efectuando, casi siempre con carácter festivo o artístico, hasta nuestros días. Pero por 1495, el inquisidor Pedro Arbues les confirió una aplicación práctica: las piezas de su ajedrez (muriente, más que viviente) eran reos dispuestos en el gran tablero, mientras dos monjes jugaban una partida de ajedrez real: las piezas capturadas morían de veras.
Jugada satánica
El ajedrez acumuló durante siglos una fantástica serie de prohibiciones e interdicciones. Se lo acusó de tentación de Satán, de resabio de ateísmo y (lo que es bastante justo) de irresistible invitación a faltar a todos los deberes. Las acusaciones y defensas del ajedrez engendraron una divertida literatura: un eclesiástico del siglo XVII nos legó una contrita diatriba titulada Los males del ajedrez: "No me dio a mí lo que yo le di. Me persiguió en mis estudios y en mi púlpito, mientras yo oraba o predicaba; en todo momento yo jugaba mentalmente al ajedrez, como si tuviera un tablero ante mis ojos. Me ha hecho quebrar las más solemnes resoluciones, votos y promesas. Por él dejé de cumplir mis obligaciones con Dios y con los hombres… "
No menos crítico se mostró el gran maestro Ruben Fine cuando, tras ganar 23 de los 27 torneos que jugó y siete Abiertos de los Estados Unidos, se hizo psicoanalista, y publicó en La psicología del ajedrecista: "El ajedrez es una competencia entre dos hombres [sic] que involucra considerablemente al ego. Ciertamente involucra los conflictos concernientes a la agresión, homosexualidad, masturbación y narcisismo que se vuelven particularmente prominentes en la fase analfálica del desarrollo ".
Reputaciones intachables defendieron el juego con enorme entusiasmo. Santa Teresa de Jesús lo utiliza en su Camino de perfección: "…voy entablando el juego, como dicen. Pues creed que quien no sabe concertar las piezas en el juego de ajedrez, que sabrá mal jugar, y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Así me habéis de reprender porque hablo en cosa de juego, no le habiendo en esta casa ni habiéndole de haber. Aquí veréis la madre que os dio Dios, que hasta esta vanidad sabía; mas dicen que es lícito algunas veces. Y cuán lícito será para nosotras esta manera de jugar, y cuán presto, si mucho lo usamos, daremos mate a este Rey divino, que no se nos podrá ir de las manos ni querrá ". Y Benjamin Franklin escribió La moralidad del ajedrez, que tiene el honor de ser el primer libro sobre el tema publicado en Estados Unidos (1779) y en Rusia (1795).
Con manos de acero
La ficción utilizó a menudo el tema del autómata jugador de ajedrez, predecesor de Deep Blue, mucho antes de que Kasparov vendiera barata su derrota ante la máquina de IBM, hoy superada por la llamada Hydra. Gran cantidad de testigos registraron las hazañas de "El Turco", célebre artefacto fabricado por el barón Wolfgang von Kempelen, que entre 1770 y 1840 batió a los más fuertes ajedrecistas (experimentó su primera derrota en el Café de la Régence). El ensayo El autómata de Maelzel, de Edgar Allan Poe, es una tentativa de desenmascarar al Turco ajedrecista, protagonista también de un cuento de Hoffman, de una novela de Dupuy-Mazuel, de varias comedias y alguna película. Poe no simpatizaba con el ajedrez: en Los asesinatos de la calle Morgue sostiene que"los poderes más elevados del intelecto reflexivo son más decidida y útilmente empleados por el menos aparatoso juego de las damas que por la elaborada frivolidad del ajedrez, en el que lo complejo es confundido con lo profundo".
El "Turco" del barón von Kempelen desapareció en un incendio en Filadelfia, en 1854. El maestro de Moxon, autómata protagonista de un cuento de Bierce, corrió similar destino en un incendio imaginario: no jugaba tan bien como el "Turco", y al ser derrotado por Moxon, su inventor en la ficción, tuvo una reacción más que humana: lo estranguló con sus manos de acero. Por suerte Ambrose Bierce vivió para contarlo.
Yeats (Deirdre), T. S. Eliot (La tierra yerma), Elías Canetti (Auto de fe), Samuel Beckett (Murphy, Final de juego), Arrigo Boito (El alfil loco), Massimo Bontempe lli (El tablero ante el espejo), Italo Calvino (Las ciudades invisibles), Paolo Maurensig (La variante Lueneburg), entramaron sus obras con el ajedrez, que también proporcionó un sistema de ejemplificación frecuente, y a veces irremplazable, a teóricos como Wittgenstein o Ferdinand de Saussure: "Una partida de ajedrez es como la realización artificial de lo que el lenguaje ofrece en forma natural. No obstante, la "resplandeciente trivialidad" del ajedrez, su "maravillosa esterilidad" quedan siempre íntegras en su misterio: "El Gran Khan trató de concentrarse en el juego: pero ahora era el propósito del juego el que lo eludía. Cada partida termina en una ganancia o una pérdida: ¿pero de qué? ¿En qué consistía la verdadera apuesta?"
A través del espejo y un poco más acá
La más famosa obra literaria inspirada en el ajedrez nació en Inglaterra. Las Aventuras de Alicia a través del Espejo, de Lewis Carroll, desarrollan capítulo a capítulo, casi frase a frase, un disparatado problema de ajedrez cuya posición inicial y absurda solución se ofrecen al comienzo del libro. Durante el juego, las Blancas mueven nueve veces consecutivas contra tres de las rojas; las Reinas enrocan; la Reina Blanca huye del Caballero Rojo cuando puede capturarlo; la Reina Roja pasa por alto dos mates posibles; Alicia —que es un Peón Blanco— alcanza la octava casilla y pasa varias jugadas en ella sin convertirse en Reina. No se cumplen las reglas del ajedrez ortodoxo (el jugado según las normas de la Federación Internacional de Ajedrez), porque Lewis Carroll inventó un ajedrez heterodoxo, cuyas reglas sus estudiosos siguen empeñados en descifrar. Estos ajedreces heterodoxos son llamados por los expertos "fairy chess"; Capablanca —quizá bajo la influencia de Lord Dunsany y Duchamp— inventó uno que solía jugar con Lasker; no tan estrafalario como el de Carroll, se juega sobre un tablero con 100 casillas, y las piezas incluyen, además de las convencionales, un Canciller (que combina las virtudes de torre y de caballo), un Arzobispo (que combina los movimientos del alfil y del caballo), y peones suplementarios.
Una partida de ajedrez, de Stefan Zweig, narra la singular confrontación del Dr. B., ex prisionero de la Gestapo, con el campeón mundial Mirko Czentovic, y consigo mismo. Durante su encierro, el Dr. B se hizo de un libro de ajedrez, que lo salvó de la locura volviéndolo loco. El prisionero comienza por analizar, memorizar y jugar mentalmente las ciento cincuenta partidas del libro; agotada esta distracción, no le queda otra que la esquizofrenia: jugar a ciegas contra si mismo. "El atractivo del ajedrez consiste en que su estrategia se desarrolla de distinto modo en dos cerebros; que en esa guerra espiritual, el negro ignora las maniobras e intenciones del blanco, aunque trata de adivinarlas y malbaratarlas, mientras que el blanco procura adelantarse y frustrar los propósitos inconfesos del negro. Ahora bien, si el negro y el blanco quedaran representados por una y la misma persona, se produciría la contradictoria situación de que un cerebro debería al mismo tiempo saber algo e ignorarlo." El Dr. B, ya en libertad, viajando a Buenos Aires a bordo de un transatlántico se topa con el campeón mundial Mirko Czentovic y protagoniza una dramática contienda.
Cuatro ases
Cuatro grandes creadores alcanzaron alto grado de destreza ajedrecística: Lord Dunsany, Marcel Duchamp, Juan José Arreola y Vladimir Nabokov.
Lord Dunsany llegó a campeón de Irlanda, creó líneas teóricas, un ajedrez heterodoxo, compuso problemas, y logró empatar con Capablanca en Londres. Escribió El Gambito de los Tres Marineros, cuento que relata las hazañas de tres marineros que, casi sin saber jugar, baten a los mejores jugadores ingleses con el auxilio del demonio.
Marcel Duchamp abandonó el arte por el ajedrez (con gran enojo de André Breton). Fue campeón de Normandía, representó varias veces a Francia (incluso en el team capitaneado por Alekhine); tuvo destacada actuación en torneos jugados en Estados Unidos y Europa, y, lo mismo que Lord Dunsany, obtuvo un empate con Capablanca en partidas simultáneas. "Juego al ajedrez todo el tiempo. Practico día y noche, y nada en el mundo me importa más que encontrar la jugada correcta… La pintura me interesa cada vez menos. Todo lo que me rodea se me aparece con formas de piezas y el mundo exterior sólo me interesa en la medida en que se transmuta en posiciones ganadoras o perdedoras ". En 1927 se casó con la hija de un industrial: durante la luna de miel, su esposa, desesperada, encoló las piezas al tablero; se divorciaron a los pocos meses. En marzo de 1968, sólo siete meses antes de morir, Duchamp jugó (compuso) una "partida-concierto" electrónica, titulada Reunión,"contra" su amigo el compositor John Cage. Un mecanismo fotoeléctrico conectado con el tablero y las piezas convertía en luz y sonidos las jugadas de John y Marcel. Ganó Duchamp, de cuyo amor por el ajedrez quedan como testimonio pinturas, esculturas y aun juegos por él creados.
"El ajedrez mexicano del siglo pasado no se entendería si se prescinde del aporte generoso del maestro Arreola", observó un periódico deportivo al morir el autor de Confabulario. Arreola fundó clubes y talleres, contribuyó a la unificación de la Federación Nacional de Ajedrez y a la promoción de un Programa Nacional de enseñanza del juego. En el libro Memoria y olvido confiesa: "Por el ajedrez era yo capaz de dejarlo todo. El ajedrez me hacía olvidar mis grandes penas de amor. En el momento en que negras y blancas están en su lugar, y mi adversario juega peón cuatro rey, o yo, si abro la partida, en ese momento se detiene el mundo para mí, y todo el espacio del universo se contrae hasta medir ocho casillas por ocho. El tiempo también deja de existir, a menos, claro, que se juegue con reloj reglamentario. Llegué a jugar simultáneas, en una escuela Normal de Zapotlán, yo contra quince adversarios. Gané catorce partidas y empaté una". "El maestro Arreola —recordó un analista— gozaba del juego, no le importaba ganar o perder. Sobre el tablero hacía verdaderos fuegos artificiales, su juego era fantasioso y desbordante".
Ajedrez fatal
El ajedrez satura la obra de Vladimir Nabokov, experto en la más aristocrática especialidad del juego: la composición de problemas. "He consagrado una prodigiosa cantidad de tiempo a la creación de problemas de ajedrez. Una posición artificial es elaborada sobre el tablero, y el problema a resolver es cómo dar mate a las negras en un número determinado de jugadas. Es un arte bello, complejo y estéril. La mayor parte de los ajedrecistas, maestros y aficionados, casi no se interesan por estas adivinanzas altamente sofisticadas, fantásticas, elegantes, y se sentirían profundamente desconcertados si se les pidiera que inventen una".
Nabokov publicó un libro muy curioso, Poems and Problems, que reúne poemas en inglés, poemas en ruso y problemas de ajedrez. Su más impresionante novela de tema ajedrecístico es La Defensa Luzhin (1929), que llevó al cine Marleen Gorris. Cuenta la historia de un joven fenómeno del ajedrez, que encuentra creciente dificultad para pasar del mundo del juego al de la realidad, y que tras un derrumbe psicológico del que el amor no alcanza a rescatarlo, termina tirándose por una ventana, estrellándose contra el suelo que, como observó la Alicia de Lewis Carroll, puede ser un gigantesco tablero.
La novela se basa en la historia de un amigo del propio Nabokov, el maestro berlinés Curt von Bardeleben (1861-1924), que se suicidó de esa manera. Terrible coincidencia: otros cuatro ajedrecistas de la realidad, todos ellos lectores de Nabokov, se mataron arrojándose por ventanas: los maestros internacionales Karen Grigorian y Georgy Ilivitsky (en 1989), Alvis Vitolinsh (en 1997) y el gran maestro Lembit Oll, campeón de Estonia (en 1999).
Quizás están jugando ahora un torneo de ajedrez que nunca termina.
Publicación: Noviembre 2005
Fuente: http://www.fac.org.ar/
Muchas gracias por la entrada es bellísima, un saludo y felicidades por el blog
ResponderBorrarHace mucho tiempo dejé un comentario en tu blog agradeciendo la deferencia de haberme instalado entre tus elegidos.
ResponderBorrarAl fin hoy sé tu nombre y puedo agradecer doblemente tu saludo.
Un abrazo desde este tablero
Pat
Extraordinario repaso a las relaciones del ajedrez las Artes. Me ha resultado muy grato leerlo.
ResponderBorrarSin embargo, un pero: el inquisidor Pedro de Arbués murió en 1485, 10 años antes de la partida de "ajedrez muriente". Por otra parte, desconocía totalmente esta macabra anécdota, ¿está documentada fehacientemente? Te agradecería muchísimo cualquier información al respecto.
Tienes un blog muy interesante, enlazo con él desde el mío.
Un cordial saludo.
Mariano.
Hola Mariano,
ResponderBorrarAnte todo gracias por tu mensaje y tu enlace.
Descuento la seriedad de la documentación, pero podés verificarlo contactando al mismísimo autor de la nota: Eduardo Stilman (eduardostilman@gmail.com)
A través de la etiqueta "Ajedrez" encontrarás mucho material.
Un abrazo esde buenos aires
Pat
Gracias.
ResponderBorrarUn abrazo.
Mariano.