22 de septiembre de 2008
Alberto Girri - El endemoniado, in fine
En este libre cruce del alba,
no necesito aplacar a nadie.
El rey es mi cuerpo,
el único.
Poema completo y [tal vez] prescindible
Antes que tú y yo y todos nosotros hubiéramos nacido
muchas generaciones antes de verme y vernos en delirio,
el que me guía estaba ya dispuesto a rodear la tierra
sin importarle la lluvia de miseria
con que llenaría los espacios del hombre.
Su ansia de fieles, libre pero no magnánima,
le obligó a cambiar de presencia.
A veces conjuró con el olvidado camarada
imagen de la perdida juventud que tanto duele.
A veces con el juramento repentino, porque sí, contra el júbilo,
o con la risa del lobo mordiendo la lámpara nocturna
para adelantarse al sueño y entregarlo a la rapiña,
de pintadas historias que cuelgan en los muros,
donde el pecado derrota a los fuertes,
y el arquero hermoso, buscado por las vírgenes,
desecha la gracia.
Desde que lo recibí
una lenta guerra amenaza mi alma.
Sin desearlo, más allá del poder del justo,
me fortalece ver cómo los demás edifican,
chocan, hasta dejarse ganar por la soledad del cansancio.
Me fortalece saberlos limpios, confiados a esa idea de una muerte
presurosa de la divulgada paz eterna,
la paz que se gana con lágrimas,
la que se gana sirviéndome.
Y luego vuelvo la cabeza,
a sus leyes ostentosas del pan y del vino,
leyes del acto y prohibición del acto,
condenando a emplear en duro incendio
viejas fórmulas de arrepentidos por temor.
En este libre cruce del alba,
no necesito aplacar a nadie.
El rey es mi cuerpo,
el único.
Antologado en Tulio Stilman, Literatura satánica
Buenos Aires, Corregidor, 1973
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