22 de mayo de 2008

Patricia Damiano - ¿Tú también, hijo mío?




Dieciséis puñales en el manto. Marco Antonio sabe que César a sus pies, tendido, significa más que esa gastada sangre. Dieciséis heridas terminales. Todos supimos ese día, ocultos en las callejas. Marco Antonio lloró, finge, implorará anuencia a la plebe. Es su futuro el oro.

Una griega lo protege en un desierto, cerca del mediterráneo, lejos de todos los césares.

Bruto arroja su torso sobre una espada enclavada en mi arena. Bruto declinó y vence. Vientre que vence. Bruto vence en el origen. Débil zumba un insecto sobre la noche de Marco Antonio; una griega abraza en Egipto su ponzoña, el párpado cansado.

Bruto ha esculpido sobre el rencor de Roma un murmullo de rocas y sin ira vence; el destierro si mármol blanco cae sobre la turba. Declino, tardía. Llevo su orden y el manto al río.

Mi tierra, esta turba cuando el César y todos los césares abdican, y el pueblo hambreado sigue aplaudiendo, yo y ellos y yo y ellos y ellos y yo.

A unos pasos un perro se tuerce limpio en la escalinata, el escenario. Ha preferido no escuche su estertor.


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