Se pintaba los labios entonces con sangre
de la herida, adornaba sus ojos
con un brillo de alimaña asustada
y en la calle
recorría las aceras como un velero
en la mañana desabrida.
Se atusaba el flequillo frente a un espejo
en ciertas cafeterías con alboroto
y ases de corazón
descalabrados e impacientes.
Una tarde se vino a mi mesa,
atractiva y cansado, solitario y perversa,
qué más puedo decir,
ni sus carantoñas ni mi triste
conversación acertaron
el lenguaje tierno con que se escribe
la compañía.
Fin de siglo, Revista de Literatura nº 11
Jerez de la Frontera, 1985
Foto: José Ángel Cilleruelo, mayo 2022 © MCP
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