Setiembre, 1989. Mutados en parte de la penumbra
esperando que amanezca
por milésima vez sobre la carne dormida.
sigo mirando el faro, la soledad del fuego.
Atrás quedaron repitiéndose veranos,
cifras y luz, refugios, lealtades:
“Es madrugada en la calle Lamarck;
sólo silencio inunda la calle petrificada,
sólo belleza alumbra la calle
sitiada por la neblina.”
¿En qué barcos van ahora las máscaras eternas,
las palabras eternas, el mismo mármol milagroso,
de era en era, de isla en isla,
de una a otra compasión?
El tiempo, nuestra patria verdadera,
nos arroja cada tanto al mar, el sueño,
la distancia.
No por voluntad o claridad
hace años partimos
hacia una metáfora antigua.
Setiembre, 1989. La guerra es inmutable;
la ilusión de una sola realidad.
Son otros inviernos y veranos,
otros pasados, otros imperios.
Memoria de águilas
en la marea del mundo.
Hubiera querido colgar hombres yo también;
colgados, como cuadros. Una extensa hilera de enemigos.
Una especie de orgullo, de potencia,
un cierto silencio.
Hubieran sido otros, es todo.
Hubiera creído vencer. Y eso también es todo.
***
La sal nos ha vuelto más y menos tolerantes,
más y menos ateos,
más y menos reales. Ahora pasamos dos veces
por el mismo río.
Intuyo que el mar y la noche, y las cosas en general
deben decirnos algo
que no entendemos. Como un satori
que no tuvimos.
Setiembre, 1989. Perdemos el rumbo
bajo lo bello y lo caro,
entre las siete murallas de Buenos Aires.
Ahora relucen las dagas y los cerezos
y todo es correcto y leve,
limpio, como el desierto.
En Diario de poesía, 24
Buenos Aires, primavera 1992
Luego incluido en Atila y otros poemas, 2000
Foto: GG, 2016
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Luego incluido en Atila y otros poemas, 2000
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