[...] cuando pase una brisa por cincuenta cuerdas.
¡Qué cincuenta sangrantes melodías!
¿Cómo pudo la alberca de sangre hacerse estrellas y árboles?
[...]
¡Ay, espiga en el pecho de los campos!
Tu cantor dice aún:
¡Si supiera el secreto del árbol!
¡Si enterrara todas las palabras ya muertas!
¡Si tuviera la fuerza de la tumba silente!
-¡oh mano avergonzada que pulsa esas cincuenta cuerdas!-
Si escribiera mi historia
con la hoz,
y mi vida con el hacha...
En Clara Janés, La voz de las mujeres acalladas
Pliegos Adamar
Madrid, adamaRamada, 2008
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