26 de agosto de 2007

Isaías Garde - Plazas




A pasos temerosos, fallidos; de la mano de su sierva nativa -que es sólo una sonrisa y un vaivén o un perfume-, el desperdicio nazi es traído a deambular al crepúsculo de plaza Alberti.

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Una plaza de Buenos Aires. No sabrías decirte de qué plaza se trata, aunque te atraviesan antiguas certezas. La luz del inminente sol -fuego gris, pronunciable- no solventará más que el aspecto municipal de tu angustia.

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Para esta mirada bajó ahora mismo y se sentó en la plaza. Bajó y miró cómo son las cosas; cómo dejan de ser. Para esta revisión bajó. Para este visazo.

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Jardín de voces. Conoce la canción de cada insecto de la siesta.

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No obstante tu sonrisa gusta rosas ausentes.

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Sobre el banco de piedra el ruido bíblico calcinado de las hojas de mi libreta movidas por el viento.

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El testigo de la lluvia en la plaza. El aparecido para decir para nadie la lluvia.

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Inscribe el simulacro de la flor en la penumbra húmeda que mana de la farola de la plaza. Magnolia, dice la voz que le habla.

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Tomo mi asiento en uno de los bancos de piedra adosados al muro curvo de la capilla. Al sol, con los otros ancianos. Siempre hay rescate allí.

En Insustanciales


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