Es él,
Hipólito;
no es algún otro.
Es él a quien miro
con ajenos
ojos.
Mis ojos
mi mirada.
¿Qué moribunda lámpara,
qué desvaído espejo no ha sido esta mirada
antes
de su querida imagen?
Es él.
No es algún otro.
Es Hipólito el loco de pureza
conductor de caballos
aquel a quien
desde estos ojos otros
miro
desde este templo
miro.
*
Veo su voz su olor
veo el sabor
reciamente marino
de su dulce risa.
Es él
no es ningún otro.
Es Hipólito el ciego a esta luz
a esta calamidad de luz
que él mismo me ha encendido.
Y por él
sobre él
y para él
son ahora estos ojos
los de una deidad atisbadora.
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