Ibn Warraq - El asunto Rushdie

29 de enero de 2010






[...] Recientemente, un escritor de un país regido por las leyes islámicas suplicaba: «Tenéis que defender a Rushdie porque, defendiéndolo a él, nos defendéis a nosotros.»34 En una carta abierta a Rushdie, el escritor iraní Fahimeh Farsaie señalaba 35 que, al concentrar-nos sólo en Rushdie, estamos olvidando a los centenares de escritores que sufren en una y otra parte del mundo. Únicamente en Irán, poco después del 14 de febrero de 1989
fueron muchos los escritores y periodistas a quienes se ejecutó y sepultó en fosas comunes junto con otros prisioneros políticos por haber escrito libros o artículos en que expresaban sus puntos de vista. Para citar sólo unos pocos nombres: Amir Nikaiin, Monouchehr Behzadi, Djavid Misani, Abutorab Bagherzadeh. [...] Todos ellos corrieron la misma triste suerte de dos jóvenes colegas suyos que, unos meses antes, habían sido secuestrados, torturados y fusilados en una noche oscura: dos poetas llamados Said Soltanpour y Rahman Hatefi.36

Cuando comparamos las evasivas y falsas declaraciones de los apologistas occidentales como Edward Mortimer y Esposito —que culpan de todo a Rushdie— con las siguientes declaraciones de iraníes, se advierten claramente la cobardía y falsedad de los apologistas y el coraje de los iraníes.
Hace tres años que el escritor Salman Rushdie vive bajo la amenaza de muerte proclamada por Jomeini, y aún no ha habido ninguna acción colectiva iraní que condene este bárbaro decreto. Cuando en Irán se llevó a cabo este indignante y deliberado ataque contra la libertad de expresión, creímos que los intelectuales iraníes debían condenar esta fatwa y defender a Salman Rushdie con más empeño que el de cualquier otro grupo en la Tierra.

Los firmantes de esta declaración, que han expresado de muy diversas maneras su apoyo a Salman Rushdie, creen que la libertad de expresión es uno de los mayores logros de la humanidad y, tal como dijo alguna vez Voltaire, sostienen que esta libertad carece de sentido a menos que los seres humanos tengan la libertad de proferir blasfemias. Nadie tiene derecho de coartar esta libertad en nombre de tal o cual condición sagrada.

Resaltamos especialmente que la sentencia de muerte de Jomeini es intolerable y que, al juzgar una obra de arte, sólo las consideraciones estéticas son válidas. Alzamos unánimemente la voz en defensa de Salman Rushdie, y recordamos al mundo entero que los escritores, periodistas y pensadores iraníes estamos continuamente bajo la inmisericorde presión de la censura religiosa, y que el número de éstos que han sido encarcelados e incluso ejecutados por «blasfemia» no es en absoluto despreciable.

Tenemos el convencimiento de que cualquier muestra de tolerancia hacia la sistemática violación de los derechos humanos perpetrada en Irán sólo sirve para alentar e incitar al régimen islámico a continuar con su política de propagar sus ideas y métodos terroristas por todo el mundo.
Firmado por unos cincuenta iraníes que viven en el exilio



Ellos, al menos, han comprendido que el asunto Rushdie es bastante más que una simple interferencia extranjera en la vida de un ciudadano británico que no ha cometido delito alguno según las leyes británicas, bastante más que el simple terrorismo islámico. El asunto Rushdie atañe a principios, es decir, a la libertad de pensamiento y de expresión, principios clave que definen la libertad imperante en la civilización occidental o, por mejor decir, en toda sociedad civilizada.

Un gran número de otros escritores e intelectuales procedentes del mundo islámico han tenido el coraje de ofrecer su total apoyo a Rushdie. Daniel Pipes ha recogido muchas de sus opiniones y declaraciones en su libro. En noviembre de 1993 apareció en Francia otro libro, Pour Rushdie [Para Rushdie], en el que un centenar de intelectuales árabes musulmanes defienden a Rushdie y la libertad de expresión.

Entre tanto, y al contrario de lo que muchos temían como consecuencia de la fatwa, han continuado publicándose libros y artículos que critican el islamismo, el Corán y al profeta. Un libro se burla del profeta,37 otro se refiere a él como pederasta 38 (en alusión a su novia de nueve años, Aisha). Otro filósofo afirma que Alá es presentado en el Corán como una especie de Saddam Hussein cósmico.39 No han podido silenciar el pensamiento crítico.

Tal vez es comprensible, aunque decepcionante, que tan pocos académicos especialistas en el islamismo hayan defendido la libertad de expresión. No obstante, pienso que su postura de mantenerse al margen de la polémica es sumamente hipócrita, ya que una simple ojeada a la bibliografía de cualquier libro de introducción al islamismo muestra que muchas de las obras recomendadas son blasfemas. Un ejemplo neutral podría ser la obra Islam, de Gibb, una breve introducción a la fe islámica publicada por Oxford University Press. El primer libro recomendado en su bibliografía es A Literary History ofthe Arabs [Historia de la literatura árabe] de R. A. Nicholson, que, entre otras, contiene esta declaración blasfema: «El Corán es un documento extremadamente humano.»40 Otro libro de Nicholson mencionado en la bibliografía es The Mystics of Islam [La mística del islamismo], en el que puede leerse este pasaje: «Los lectores europeos no pueden evitar asombrarse ante la vacilación e incoherencia del autor para afrontar los grandes problemas.»41 Y no son éstos los únicos libros incluidos en la bibliografía de Gibb que cualquier musulmán desaprobaría. Recientemente, Rippin ha recomendado en su libro Muslims, Their Religious Beliefs and Practices [Musulmanes, sus creencias y prácticas religiosas] unos treinta y cinco libros, quince de los cuales, a mi juicio, serían considerados ofensivos por cualquier musulmán. Prácticamente todos los grandes estudiosos del pasado —como Noldeke, Hurgronje, Goldziher, Caetani, Lammens y Shacht— expresaron opiniones que resultarían inaceptables para los musulmanes, pero es imposible estudiar el islamismo sin consultar tales obras eruditas. Lo que reconforta el espíritu es que la mayoría de estos libros siguen estando disponibles en 1993, y algunos se han reeditado recientemente. Y, lo que quizá sea el colmo de la ironía, pueden comprarse en la Librería Islámica de Londres, donde los despachará una muchacha musulmana con el tradicional pañuelo de cabeza tan amado por los fundamentalistas.

Sin duda, si los académicos quieren conservar su libertad para trabajar, tienen que defender la libertad de pensamiento y de expresión. No deberían tener la incoherencia e hipocresía de criticar a Rushdie cuando ellos mismos escriben o recomiendan libros blasfemos. La lucha de Rushdie es también su lucha. [...]




Notas

34.Halliday, p. 19
35.MacDonogh (ed.), pp. 55-56
36.New YorkReviewofBooks, p. 31, xxxix, núm. 9,14 de mayo de 1992
37.Barreau
38.Morey
39.Flew en NH, julio de 1993, núm. 2, vol. 109
40.Nicholson (2), p. 143
41.Nicholson (3), p. 5




Ibn Warraq,
Por qué no soy musulmán (1995), Cap. I
Trad. Susana Rodríguez-Vida
Barcelona, Editorial Planeta, 2003





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