Salman Rushdie - Furia
(Fragmento sobre "Otelo" de Shakespeare)

26 de julio de 2009





Salman Rushdie en 1981





¿Quieres oír esto o no? Sí, había asentido él, acariciando con la mano un pecho pequeño y finamente cincelado. Ella puso su mano sobre la de él e inició su argumentación. Su tesis era que, en el fondo de cada una de las grandes tragedias había preguntas sin respuesta sobre el amor y que, para que esas obras tuvieran sentido, teníamos que tratar de explicar esos inexplicables, a nuestro modo. ¿Por qué Hamlet, que amaba a su padre muerto, aplazaba interminablemente su venganza, mientras que, amado por Ofelia, la destruía? ¿Por qué el rey Lear, amando a Cordelia más que a ninguna de sus hijas, era incapaz de oír el amor en la sinceridad de ella en su escena inicial, siendo así presa de la falta de amor de sus hermanas? ¿Y por qué Macbeth, un hombre viril que amaba a su rey y a su patria, era llevado tan fácilmente por la erótica pero sin amor Lady M. hacia un maléfico trono de sangre? El profesor Solanka en Nueva York, sosteniendo aún en la mano el inalámbrico, recordó sobrecogido el desnudo pezón erecto de Eleanor entre sus dedos en movimiento; y tambien la extraordinaria respuesta de ella al problema de Ótelo, que para ella no era la «malignidad gratuita» de Yago sino la falta de inteligencia emocional del Moro, «la increíble estupidez de Ótelo en el amor, la estúpida escalada de sus celos que lo induce a asesinar a su esposa, supuestamente amada, con la más endeble de las pruebas». Esta era la solución de Eleanor-: Ótelo no ama a Desdémona. La idea se me ocurrió sencillamente un día. Fue una auténtica bombilla. Dice que la ama, pero no puede ser cierto. Porque, si la ama, el asesinato no tiene sentido. Para mí, Desdémona es la mujer-trofeo de Ótelo, su posesión más preciada y la que más prestigio le da, la prueba material de su alta posición en un mundo de hombres blancos. ¿Comprendes? Ama eso en ella, pero no a ella. El propio Ótelo, evidentemente, no es negro, sino un «moro»: un árabe, un musulmán, su nombre es probablemente una latinización del árabe Attal-lah o Ataul-lah. De forma que no es una criatura del mundo cristiano del pecado y la redención sino del universo moral islámico, cuyas polaridades son el honor y la vergüenza. La muerte de Desdémona es un «crimen de honor». Ella no tenía que ser culpable. Bastaba con la acusación. El ataque a su virtud era incompatible con el honor de Ótelo. Por eso no la escuchó, ni le dio el beneficio de la duda, ni la perdonó, ni hizo nada de lo que un hombre que ama a una mujer hubiera hecho. Ótelo solo se ama a sí mismo, a sí mismo como amante y dirigente, lo que Racine, un escritor más ampuloso, hubiera llamado suflamme, su gloire. Para él, ella no es siquiera una persona. La ha cosificado. Es su estatuilla Oscar-Barbie. Su muñeca. Por lo menos eso fue lo que argüí y me dieron el doctorado, quizá solo como premio al descaro, a mis simples agallas.




Furia
Traducción de Miguel Sáenz
Editorial Areté, 2001




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