Riendo con Emile Cioran: Adiós a la filosofía (I)

12 de octubre de 2008




El diablo palidece junto a quien dispone de una verdad, de su verdad. Somos injustos con los Nerones o los Tiberios: ellos no inventaron el concepto de herético: no fueron sino soñadores degenerados que se divertían con sus amenazas. Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático. (pág. 8).

¿Qué es la Caída sino la búsqueda de una verdad y la certeza de haberla encontrado, la pasión por un dogma, el establecimiento de un dogma? De ello resulta el fanatismo –tara capital que da al hombre el gusto por la eficacia, por la profecía y el terror-, lepra lírica que contamina las almas, las somete, las tritura o las exalta… (pág. 9)

Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables; las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. El ansia de llegar a ser fuente de sucesos actúa sobre cada uno como un desorden mental o una maldición elegida. La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente. (pág. 9)

¿A dónde puede llevar tanto de vacío e incomprensible? Nos aferramos a los días porque el deseo de morir es demasiado lógico, por tanto ineficaz (pág. 11).

No es fácil destruir un ídolo: requiere tanto tiempo como el que se precisa para promoverlo y adorarlo (pág. 14).

Destino: palabra selecta en la terminología de los vencidos… Avidos de una nomenclatura para lo irremediable, buscamos un alivio en la invención verbal, en las claridades suspendidas encima de nuestros desastres. Las palabras son caritativas: su frágil realidad nos engaña y nos consuela (pág. 16).

Nadie puede corregir la injusticia de Dios y de los hombres: todo acto no es más que un caso especial, apàrentemente organizado, del Caos original. Somos arrastrados por un torbellino que se remonta a la aurora de los tiempos; y si ese torbellino ha tomado el aspecto del orden sólo es para arrastrarnos mejor (pág. 17).


Transcripto de la edición de Alianza Editorial
Traducción de Fernando Savater
Madrid, 1980

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