Petronio – Fragmentos atribuidos (selección)

31 de agosto de 2008




Exhortación a Ulises


Abandona tus Estados y boga hacia tierras extra­ñas, joven héroe.
Una carrera más noble se abre delante de ti. Arrostra todos los peligros; visita las orillas del Ister, allá en los confines del mundo, y las regiones heladas del Bóreas, y el sosegado reino de Canope, y los climas en que renace Febo, y aquellos otros en que termina su carrera.
Rey de Itaca, tú debes descender más grande a esas arenas remotas.


La ilusión de los sentidos

Nuestros ojos nos engañan muchas veces, y nues­tros inciertos sentidos nos extravían imponiendo silencio a nuestra razón.
Esta torre, vista de cerca, se muestra cuadrada, vista de lejos, sus ángulos desaparecen, y se nos muestra redonda.
El hombre ahíto desdeña la miel de Hybla; nuestro olfato rechaza a menudo los perfumes del romero. ¿Cómo sería posible que un objeto nos gustara más ó menos que otro si la naturaleza no hubiera esta­blecido adrede esta lucha entre nuestros sentidos?


Apolo y Baco

Apolo y Baco, los dos difunden la luz.
Uno y otro fueron creados por las llamas, uno y otro son hijos de esencia ígnea.
Uno y otro lanzan de su cabellera, Apolo con sus rayos, Baco con los pámpanos de que se corona, un calor que nos abrasa.
El uno disipa las tinieblas de la noche, el otro las tinieblas del alma.


El hermafrodita

Allá cuando mi madre me llevaba todavía en sus entrañas, dicen que consultó a los dioses.
- ¿Qué voy a dar a luz? Apolo respondió
- Un hijo. Marte
- Una hija. Juno
- Ni hijo ni hija.
Nací y ¿qué salí? Hermafrodita.
- ¿Cuál será la causa de su muerte?
- Las armas - dijo la diosa.
- La horca - dijo Marte.
- El agua - dijo Apolo. Y los tres acertaron.
Un árbol daba su sombra a unas aguas tranquilas.
Trepo al árbol. Yo llevaba espada. Cae la espada; yo sobre ella; mi pie se queda en el ramaje; mi cabeza dentro del agua.
Y hombre, mujer, neutro, muero ahogado, col­gado, atravesado.


Epitafio de una perra de caza

La Galia me vio nacer; la Conca dióme el nombre de su fuente fecunda, del que era merecedora por mi belleza.
Sabía correr, sin miedo alguno, por los más espesos bosques y perseguir por sobre las colinas al jabalí erizado.
Jamás pesados hierros cautivaron mi libertad : jamás mi cuerpo, blanco como la nieve, llevó huella de golpes.
Descansaba estirándome muellemente sobre el seno de mi amo ó de mi ama; un lecho preparado para mí, reparaba mis miembros fatigados.
Aunque privada del habla, sabía darme a entender mejor que ninguno de mis semejantes; empero, nadie temió mis ladridos.­
¡Hallé la muerte! ¡oh, madre infortunada! dando la vida a mis crías : y ahora un breve mármol cubre la tierra en que reposo.


La fábula de Pasifae en todos los metros usados por Horacio

Arde con llama nueva la hija del Sol y persigue extraviada de pasión, a un joven toro por los hierbazales.
Ya no la retienen los santos lazos del himeneo; el honor de la suprema alcurnia, el linaje de su esposo, todo lo olvidó.
Quisiera metamorfosearse en ternera; envidia la ventura de las Prétides, elógialo no porque se le adore en el cielo bajo el nombre de Isis, sino por los cuernos de su frente.
Aprieta en sus brazos el cuello del toro, adórnale los cuernos de flores, se esfuerza en pegar su boca a la boca de la fiera.
¡Qué de audacia infunde el amor a aquellos a quien hiere con sus flechas!
No tiene miedo, la insensata, de encerrar el cuerpo en planchas roblizas de forma de ternera; entrégase; todas las locuras que le inspira un amor infame, y da la vida... ¡oh, crimen! da la vida a un monstruo biforme, inmolado por el brazo de aquel joven des­cendiente de Ceerops, a quien un hilo protector guiara a través del laberinto de Creta.







Traducción de Tomas Meabe
Transcripto de la edición de El Ateneo
Buenos Aires, 1951

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