D. R. Mourelle - La canilla gotea

12 de diciembre de 2007




Con cada gota que cae
la realidad pega — inocente
contra el techo

y el techo disimula para seguir
con su lectura en medianoche
sobre esta luz — solitaria
arrinconada e inmóvil
arrastrando lo consecuente :

aire que me respira

testigo — pensar indeciso
sabiduría de rango corto
si volver al sueño — o salir de él

Una gota — ahora — quieta
en medio del aire
vigila — entre dos latidos

me recuerda el cementerio
el sábado y el sol del día terminado
las voces — pocas y bajas
último tercio del otoño
las arañas en el pecho — bajo el pulóver

Habría cambiado las cosas
pero
lo tengo prohibido

por eso — ahora — la gota
me olvida y se pierde
en la pileta
sin llevarse
ni una pizca de luz

La canilla gotea — su lectura
lanas de colores en mi frasco
nuevo — y tanto brillo afuera
sobre la mesa donde ¿escribo
lo que miro — sin saber?

Te vi — hace un rato
y — parece mentira — no puedo
traer tu cara hasta el hilo de luz que devora
el charco
junto a la pileta

me siento bajo la escalera
y oigo cómo crece tu planta
su queja descabellada — la falta en lo sensato

si tan sólo pudiera traer tu cara hasta la luz
que le adivine el futuro
la gota que — ahora
acecha porque sabe que — de ella
depende la hora cuando abras
tu puerta de resortes — piezas de reloj
y puedas dejar de estar parada
enfrente
tu plexo de sol
en el invierno que no puede
abandonarme

Rincón de claroscuro — breve cuando mío
te vio por mis ojos — aun cuando cerrados
bajo la escalera
inclinada — de espaldas a la hornalla
como si supieras — los tropiezos
las curvas del camino
aquella lengua donde guardabas tus canciones

Miro el reflejo en la gota — quieta
atrapada en al aire
parálisis entre pasado y futuro

y — más allá — aparece tu cara
triste como en los adioses
dos o tres arrugas nuevas — tan hermosas

va y viene
y — cuando parece que podré sostenerla
se burla de la poca luz

así y todo — no me ve
le gusta más imaginarme
moldearme a su gusto

por eso no estoy
voy y vengo — yo también
garantía del amor — o de esta clase

la tormenta

lo que no se puede contar — salvo por escrito
eso que me corta
la voz que me seña la pampa en la retina

saber estar solo : abandonar la pendejada
que el micro de egresados se vaya sin mí
sin vos : la imposible
perdida en las aguas de lo que no
y me odia — y me ama

esta cadena que muerde
y sigue — y entierra los colmillos
cuando parece que hasta el fondo se ha rendido

la presión del vapor — rojo del cuello
sí — de nuevo
para que sangre : esto que
únicamente
puedo contarte porque no estás

botella repleta de arena
ubicada en cruz al arte — entre los libros
este rincón que te robé — a plena luz
una mañana de diciembre
y creíste que soñabas

Mentir
lo que significa
¿acaso — hay — quien no?

hasta callado — no veo
lo mío
hasta callado — largo — me sigo escribiendo
sin llegar a mí
a la foto de mí — comida a tus ojos

ahí — en la mañana

a tres pasos — de los míos
el olor de la yerba mojada
esta vida que me ocupa los sueños

fragmentos de uniones vacantes

la hoja seca — hasta más allá
del silbido que no afinan
los pulmones — valija rota

el peso de septiembre — pasado por alto ...

y así — el cruce : unas líneas en un libro
cualquiera — pero tuyo
para la hora de la tristeza

los dados de los dioses
mareados
de tan al borde

los estantes difíciles de limpiar
la belleza del polvo acumulado
vuelto niebla en un suspiro

todas por ahí — afuera
mientras sigo escuchando — hipnotizado
el golpeteo de los cascos
la estampida desatada por mi canilla que gotea
la cara — los ojos — a la altura de la pileta

y el dorso de mis faltas — reflejado
como la luz que viene por la puerta entornada
el lujo de no morir durante un rato

apretado entre la noche y lo que amanece

rutina nueva cada vez
y puesta — aquí — para vos
que me odiás porque me amás

y te odio porque te amo
y saltamos a la cuerda
sin remedio

La canilla gotea
y veo el mundo desde adentro de esa esfera
invertida
acuario en negativo
cuya meta sube hacia el espacio

el cordón de las estrellas — que roban
el amor — estas piedritas
el collar que no usaste más — arrimada a costumbres
de monta dudosa — baja
zarandeos de coro berreta ...

Y la evidencia me obliga
no quiero — pero no tengo cómo escapar
de la voz — cuña de virutas mojadas
cuando te señala — desde el banco roto de mi parque
y asegura que perdiste tu amuleto ...

Nada — pues — de cambiar la costumbre
sí : el no saber cómo
recuperarla

Cierro los ojos y ahí está de nuevo
reloj de agua
tus latidos — tu voz

lo que no — vacío tibio
mi costado — bajo
las cuadras — el no dar vuelta la cabeza

sabido que no habrá — día de mañana
ni — mucho menos — hoy
pasos de nadie — lo que se escribe

desierto — coro de muelas

sí — más y más cuadras — atrás
hasta — cuándo — atrás
las rejas — nombre húmedo


Buenos Aires, 2007

1 comentarios:
meridiana 16 de diciembre de 2007, 9:19 p.m.  

bellísimo, estremecedor poema. gracias Pat por acercar a Mourelle, que bueno tomar contacto con su poesía.
un placer como siempre, perderme en esta tu pequeña hoz, encontrarme con voces amigas y con hojas dispersas, fragmentos de noches y días diferentes.

Lilián

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