Julio César Páez
Canciones leves. El álbum

23 de mayo de 2007

1.
Quien trajo el fuego
templó los tambores.

No es el vino,
es el acorde
y otros lugares
ciertos,
la marca tan sencilla
de todo lo que vive,
caminamos a ciegas,
es la piel de la noche,
esa canción,
sus fragmentos,
son todas las posibles.

2.
Quien trajo el fuego
templó los tambores

Donde la música muere
ceniza de cielos rotos,
el universo cerrado
sutil e inmisericorde.

3.
Quien trajo el templo
quemó los tambores,
danzar en la luz
o leer la ceniza,
¿qué nos hace peregrinos?

4.
En la noche alta
las voces sin rostro,
Gilmour, Floyd, el miedo,
balbuceo al piano
sin error notable,
enciendo un Marlboro,
sé nuestra condena.

5.
Royal Navy
fuego de artillería
quiero tu refugio
en lo que reste de mí,
la posición es endeble,
no mi abrazo,
quiero tu refugio
en lo que reste de mí.

6.
Los muros dispersos
de Uruk,
la visión que
aniquila,
el acerado blues,
las manos de Hendrix.
Somos Gilgamesh,
la divinidad que duda.

7.
A T.

La fortaleza silente
se desdice
en lágrimas,
no hay hierro
que marque
más que ese grito.

8.
Mi amor, no es la letra,
son los acentos,
y el lastre
que para vos no cargo.

9.
Un cable de acero,
lo que sé,
la continuidad
es la memoria
que evidencia
y desnuda,
no esgrimo filos mellados,
no puedo ver
la otra orilla.

10.
A T.

La clave perfecta
que sos y no sabés:
la claridad
de la fuente
aniquila piadosa
la cárcel temida
del mal amor.

11.
Esa nena pensativa
con la muñeca
en su falda
sabe darme a luz:
las guitarras amadas,
el Uruguay,
la violencia de
las revelaciones,
Malvinas,
los años rotos,
mi oblicua y
feroz certeza,
el trabajo que
por prepotencia
asumo,
las noches que
reclamo mías,
beatles, amaneceres,
la charla con amigos,
la muerte que vendrá
pero que no joda.
Ella me supo
siempre,
lo veo en
su mirada pensativa.

12.
El guión deviene
nada
cuando la carne
está ausente,
dificultades
del cromagnon
que me habita.

13.
La Rossa, un cover, pero nada menos que eso.
Sabés que no sé actuar
aunque lo ignores,
no es mía la culpa
de intentar ser todos
dialogar difuso,
amar cada piedra
volar sin el cielo,
sonreír.
Subir el volumen
buscarme sin pausa,
asumir sin dudas,
gracioso en la pena,
la perversión
fantasmal,
ajena,
propia,
espinada, de todo bien.

14.
Intenté un mantra
para ordenar lo cierto y reconocer mi voz.
Y en la difusa
cotidianeidad
te nombré
te nombré
y te nombré.
No es el destino otra cosa.

15.
Hablamos de piel
y de incertidumbre,
-y las vivimos-,
de la forma del tiempo;
de los triunfos
que pasan,
de los odios
que no se dicen,
y los fragmentos amados;
el diálogo,
la piel,
son nuestros.

16.
La defensa del reino
es el Otoño,
la celebración
que perdura,
el exilio,
la celebración
de los días,
el rigor oblicuo
de las letras,
la diáfana incertidumbre,
la lucha que nos quiebra
y enaltece.

17.
El fin del invierno,
una puesta en escena,
¿suspender la incredulidad
o persistir en la mirada?
Mecanismo de atroz
y contundente precisión
la vida.
No se toman prisioneros.

18, concluye...
Quien trajo el fuego
templó los tambores.

El caos,
la sangre muerta
que no redime,
la esperanza
sin fundamento,
la podredumbre
y las estrellas;
el whisky imprescindible,
tu voz,
el temor de tu voz,
tu añorada ausencia,
que ya no,
mi bliztkrieg brutal,
tus posibles muertes
todas reales,
en fin:
el trabajo y los días,
los que nos hace
Dios,
y malditos,
de certera raza:
libres de toda bendición
plenos de toda sospecha,
adictos al abrazo.

Buenos Aires, 2005

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