Ingeborg Bachmann: "Dem abend gesagt" (Curriculum vitae) [bilingüe]

1 de marzo de 2007



Curriculum Vitae

Larga es la noche,
larga para el hombre
que no puede morir, largamente
se tambalea bajo farolas
su ojo desnudo y su ojo
cegado por el aliento de aguardiente, y el olor
a carne mojada bajo sus uñas
no siempre le aturde, oh dios,
larga es la noche.

Mi cabello no se encanece
porque salí del vientre de las máquinas,
Rosarroja* me untó de alquitrán la frente
y los mechones, habían estrangulado
a su hermana, blanca como la nieve. Pero yo,
el jefe de la tribu, pasé por la ciudad
de diez veces cien mil almas, y mi pie
pisaba las cucarachas del alma bajo el cielo de cuero, del cual
pendían diez veces cien mil pipas de la paz,
frías. Una calma de ángeles
deseé a menudo para mí
y cotos de caza llenos
de los gritos impotentes
de mis amigos.

Con las piernas y las alas abiertas
subía la sabihonda juventud
sobre mí, sobre el estiércol, sobre el jazmín,
hacia las inmensas noches del secreto
de la raíz cuadrada, la leyenda de la muerte
empaña mi ventana cada hora,
dadme euforbia y verted
la risa en mi garganta
de los viejos que nos antecedieron, cuando
caiga yo sobre los infolios
en el sueño vergonzoso,
para que no pueda pensar,
para que juegue con flecos
de los que cuelgan serpientes.

También nuestras madres
soñaron con el futuro de sus maridos,
los vieron poderosos,
revolucionarios y solitarios,
pero después del retiro los han visto encorvados en el huerto
sobre las llameantes malas hierbas,
mano a mano con el fruto charlatán
de su amor. Triste padre mío,
¿por qué callasteis entonces
y no habéis seguido pensando?

Perdido en las cascadas de fuego,
En una noche junto a un cañón
que no dispara, condenadamente larga
es la noche, bajo el esputo
de una luna enfermiza, su luz
biliosa, pasa volando sobre mí
el trineo con la historia
embellecida,
en la vía del sueño de poder (lo cual no impido).
No era que yo durmiese: estaba despierto,
entre esqueletos de hielo buscaba el camino,
volvía a casa, me ceñía el brazo
y la pierna con hiedra y con restos
de sol blanqueaba las ruinas.
Respeté los días festivos,
y sólo si mi pan estaba bendecido
lo comía.

En una época arrogante
hay que pasar de prisa
de una luz a otra, de un país
a otro, bajo el arco iris,
con la punta del compás en el corazón,
tomando la noche por radio.
Abierto de par en par. Desde las montañas
se ven lagos, en los lagos
montañas, y en el armazón de las nubes
se balancean las campanas
de un mundo. Saber de quién
es ese mundo me está prohibido.

Ocurrió un viernes:
-yo estaba ayunando por mi vida,
el aire chorreaba del zumo de los limones
y la espina estaba clavada en mi paladar;­
entonces saqué del pez abierto
un anillo que lanzado
al nacer yo, cayó en el río
de la noche y se hundió.
Yo volví a lanzarlo a la noche.

Oh ¡si no tuviera miedo a la muerte!
Si tuviera la palabra
(y no la errase)
si no tuviera cardos en el corazón
(y rechazara el sol),
si no tuviera avidez en la boca
(y no bebiera el agua salvaje),
si no abriera el párpado
(y no hubiera visto la cuerda).
¿Están tirando del cielo?
Si no me sostuviera la tierra
hace tiempo que yacería quieta,
hace tiempo que yacería
donde me quiere la noche,
antes de que hinche las narices
y levante su casco
para nuevos golpes,
siempre para golpear.
Siempre la noche.
Y nunca el día.



*Rosarroja y Blancanieves son hermanas en el cuento.

De Invocación a la Osa Mayor

Ediciones Hiperión 2001
Versión de Cecilia Dreymüller y Concha García
Fuente


Original Dem abend gesagt 

Lang ist die Nacht,
lang für den Mann,
der nicht sterben kann, lang
unter Straßenlaternen schwankt
sein nacktes Aug und sein Aug
schnapsatemblind, und Geruch
von nassem Fleisch unter seinen Nägeln
betäubt ihn nicht immer, o Gott,
lang ist die Nacht.

Mein Haar wird nicht weiß,
den ich kroch aus dem Schoß von Maschinen,
Rosenrot strich mir Teer auf die Stirn
und die Strähnen, man hatt’ ihr
die schneeweiße Schwester erwürgt. Aber ich,
der Häuptling, schritt durch die Stadt
von zehnmalhunderttausend Seelen, und mein Fuß
trat auf die Seelenasseln unterm Lederhimmel,
aus dem
zehnmalhunderttausend Friedenspfeifen
hingen, kalt. Engelsruhe
wünscht’ ich mir oft
und Jagdgründe, voll
vom ohnmächtigen Geschrei
meiner Freunde.

Mit gespreizten Beinen und Flügeln,
binsenweis stieg die Jugend
über mich, über Jauche, über Jasmin ging’s
in die riesigen Nächte mit dem Quadrat-
wurzelgeheimnis, es haucht die Sage
des Tods stündlich mein Fenster an,

Wolfsmilch gebt mir und schüttet
in meinen Rachen das Lachen
der Alten vor mir, wenn ich in Schlaf
fall über den Folianten,
in den beschämenden Traum,
daß ich nicht taug für Gedanken,
mit Troddeln spiel,
aus denen Schlangen fransen.

Auch unsere Mütter haben
von der Zukunft ihrer Männer geträumt,
sie haben sie mächtig gesehen,
revolutionär und einsam,
doch nach der Andacht im Garten
über das flammende Unkraut gebeugt,
Hand in Hand mit dem geschwätzigen
Kind ihrer Liebe. Mein trauriger Vater,
warum habt ihr damals geschwiegen
und nicht weitergedacht?

Verloren in den Feuerfontänen,
in einer Nacht neben einem Geschütz,
das nicht feuert, verdammt lang
ist die Nacht, unter dem Auswurf
des gelbsüchtigen Monds, seinem galligen
Licht, fegt in der Machttraumspur
über mich (das halt ich nicht ab)
der Schlitten mit der verbrämten
Geschichte hinweg.
Nicht das ich schlief: wach war ich,
zwischen Eisskeletten sucht’ ich den Weg,
kam heim, wand mir Efeu
um Arm und Bein und weißte
mit Sonnenresten die Ruinen.
Ich hielt die hohen Feiertage,
und erst wenn es gelobt war,
brach ich das Brot.

In einer großspurigen Zeit
muß man rasch von einem Licht
ins andre gehen, von einem Land
ins andre, unterm Regenbogen,
die Zirkelspitze im Herzen,
zum Radius genommen die Nacht.
Weit offen. Von den Bergen
sieht man Seen, in den Seen
Berge, und im Wolkengestühl
schaukeln die Glocken
der einen Welt. Wessen Welt
zu wissen, ist mir verboten.

An einem Freitag geschah’s
– ich fastete um mein Leben,
die Luft troff vom Saft der Zitronen
und die Gräte stak mir im Gaumen –
da löst’ ich aus dem entfalteten Fisch
einen Ring, der, ausgeworfen
bei meiner Geburt, in den Strom
der Nacht fiel und versank.
Ich warf ihn zurück in die Nacht.

O hätt ich nicht Todesfurcht!
Hätt ich das Wort,
(verfehlt ich’s nicht),
hätt ich nicht Disteln im Herz,
(schlüg ich die Sonne nicht aus),
hätt ich nicht Gier im Mund,
(tränk ich das wilde Wasser nicht),
schlüg ich die Wimper nicht auf,
(hätt ich die Schnur nicht gesehn).

Ziehn sie den Himmel fort?
Trüg mich die Erde nicht,
läg ich schon lange still,
läg ich schon lang,
wo die Nacht mich will,
eh sie die Nüstern bläht
und ihren Huf hebt
zu neuen Schlägen,
immer zum Schlag.
Immer die Nacht.
Und kein Tag.




Imagen: Ingeborg Bachmann    
Foto © Heinz Bachmann

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